EL SEÑOR ES CLEMENTE Y MISERICORDIOSO

“El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad.”
(Sal 144,8)

La clemencia de nuestro Padre Celestial nos envuelve siempre, como una constante invitación a abrirnos a su amor. Toca siempre a la puerta de nuestro corazón, pidiendo ser recibida como un huésped delicado, querido y bienvenido. Si le abrimos las puertas, ella entrará y se establecerá en nuestro corazón, convirtiéndolo en un trono de la gracia de Dios. Entonces su gracia empieza a guiarnos y modela todo en nosotros conforme a la sabiduría de la Voluntad Divina.

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Las vírgenes prudentes

Mt 25,1-13 (Lectura correspondiente a la memoria de Santa Hildegarda de Bingen)

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. Como el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a media noche se oyó un grito: ‘¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!’ Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.

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CONFIANZA TRIUNFANTE

“Confiad en mí con una confianza que os transforma y a la cual no podré resistir. Entonces yo perdonaré vuestras faltas y os colmaré de las mayores gracias” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

La confianza en Dios nos abre una amplia puerta hacia la verdadera vida, de modo que entra en nuestro corazón una felicidad que puede sanar muchas cosas en nosotros, así como también servir a otras personas. Nuestra vida adquiere una seguridad y libertad nunca antes experimentadas, y nuestro Padre puede comunicársenos día a día de forma sencilla, de modo que podamos entenderlo cada vez mejor. Día tras día se nos vuelve más natural la relación con Dios. El pesado yugo que a menudo se cierne sobre nuestra vida se transforma en una carga cada vez más ligera, y se vuelve cada vez más profunda la aceptación de nuestra humanidad y de la vida que Dios nos ha concedido.

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La alegría de la Resurrección

1Cor 15,12-20

 Hermanos, si predicamos que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, nuestra predicación es vana, y vana también vuestra fe. Si esos tuviesen razón, nosotros quedaríamos como falsos testigos de Dios, pues proclamamos que Dios resucitó a Cristo, cuando en realidad no lo habría resucitado, de ser verdad que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.

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LA FELICIDAD DEL PADRE EN NUESTRA ALMA

 “En cuanto a las almas que viven en justicia y en la gracia santificante, mi felicidad está en morar en ellas. Yo me entrego a ellas. Les confío el uso de mi poder, y en mi amor ellas encuentran un anticipo del Paraíso; en mí, su Padre y su Salvador” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

¿No es reconfortante escuchar a alguien diciéndote que te ama, y que además lo dice en serio y realmente es capaz de amar? ¡Cuánto más maravilloso si el que nos declara su amor es Dios Padre mismo, que incluso nos asegura que su felicidad es estar junto a nosotros!

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La Madre Dolorosa

Jn 19,25-27

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su madre: “Mujer, aquí tienes a tu hijo.” Después le dice al discípulo: “Aquí tienes a tu madre.” Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.

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La Cruz: signo de salvación

Fil 2,6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

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ADÁN, ¿DÓNDE ESTÁS?

“El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: ‘¿Dónde estás?’” (Gen 3,9)

Esta es la primera palabra que el Padre dirige al hombre después de haber caído éste en el pecado. Expresa todo el amor con que nos busca.

Esta búsqueda de Dios por nosotros continuará hasta que el hombre haya llegado a la eternidad, donde podrá acoger plenamente su amor y pasará de la fe a la visión beatífica.

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Miembros de un solo cuerpo

1Cor 12,12-14.27-31a

El cuerpo humano, aunque tiene muchos miembros, es uno; es decir: todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, forman un solo cuerpo. Pues así también es Cristo. Porque hemos sido todos bautizados en un solo Espíritu, para no formar más que un cuerpo entre todos: judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Así también, el cuerpo no se compone de un solo miembro, sino de muchos.

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