Showing all posts by Elija
“TÚ ME CONOCES”
“Tú me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos” (Sal 138,2).
¡Qué inconmensurable gracia es la de vivir con la certeza de que todo lo que hacemos sucede bajo la amorosa mirada de nuestro Padre Celestial!
San Benito instaba a sus monjes a cobrar consciencia de la constante presencia de Dios, y Santa Teresa de Ávila exhortaba a sus hermanas a tener en mente a quién se dirigían cuando rezaban el Breviario.
Hacer el bien con perseverancia
Hb 6,10-20
Hermanos: Dios no es tan injusto que se olvide de vuestras obras y del amor que habéis mostrado en su nombre, de los servicios que habéis prestado y seguís prestando a los santos. Deseamos, no obstante, que cada uno de vosotros siga manifestando hasta el fin la misma diligencia, para que se realice plenamente la esperanza.
EL SENTIDO ESPIRITUAL DE LAS TENTACIONES
“Sin tentaciones, no percibiríamos el cuidado de Dios por nosotros, ni adquiriríamos la confianza en Él, ni aprenderíamos la sabiduría del Espíritu, ni se consolidaría el amor a Dios en el alma” (Isaac de Siria).
La tentación, el sufrimiento y la persecución son algunas de las lecciones más difíciles en nuestro camino de seguimiento del Señor. No nos resulta fácil conciliarlas con el tierno amor de nuestro Padre, aunque sabemos que éste siempre nos envuelve y que nos ha sido asegurado de tantas maneras. ¿Quién escogería voluntariamente cargar semejante cruz?
Aprender a obedecer en el sufrimiento
Hb 5,1-10
Todo sumo sacerdote está tomado de entre los hombres y constituido en favor de la gente en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él se halla envuelto en flaqueza; y, a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados lo mismo que por los del pueblo.
CREER PARA ENTENDER
“Me dice alguien: ‘Tengo que entender para creer’. Le respondo: ‘Cree para entender’.” (San Agustín).
No todo es accesible para nuestro entendimiento. Particularmente la fe se nos revela ante todo a través de la luz sobrenatural del Espírituo Santo, más que por los esfuerzos de la razón. El entendimiento necesita la luz divina para penetrar más profundamente en los misterios de la fe. En este contexto, se nos vienen a la memoria las palabras que Jesús, lleno de gozo en el Espíritu Santo, exclamó: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños” (Lc 10,21).
La luz de las naciones
Is 49, 3.5-6
El Señor me dijo: “Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré”. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza.
DE LA MANO DEL PADRE
“Avanzad con calma hacia el oscuro futuro. Sabed que, en esta noche tenebrosa, camináis de la mano de un Dios amoroso” (San Arnoldo Janssen).
Estas palabras nos dan una clara dirección. Sea lo que sea y pase lo que pase, la mano de nuestro amoroso Dios no nos soltará. En esta certeza debemos cimentarnos, sin caer en la tentación de enfocarnos demasiado en la oscuridad del tiempo presente y en la que aún pueda venir, porque así ya nos dejaríamos absorber por ella.
Amor y verdad
Mc 2,13-17
Jesús se fue otra vez a la orilla del mar. Y toda la muchedumbre iba hacia él, y él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: “Sígueme.” Él se levantó y le siguió. Ya en su casa, estando a la mesa, se sentaron con Jesús y sus discípulos muchos publicanos y pecadores, porque eran muchos los que le seguían.
SERENIDAD EN DIOS
“Quien se esfuerza por amoldarse a la verdad y no se preocupa tanto por cómo le traten o le estimen los hombres, encuentra su serenidad en Dios” (Beato Enrique Suso).
Estas palabras nos ayudan a superar los respetos humanos que a menudo aún tenemos. De hecho, no le agradará a nuestro Padre que, en vez de tener la mirada puesta en él, estemos demasiado pendientes de lo que piensen o digan las personas. ¡Cómo perdemos nuestra libertad cuando nuestra alma se ocupa constantemente del juicio real o supuesto de los hombres!
