EL SEÑOR ENDEREZA LAS SENDAS

“Confía en el Señor de todo corazón y no te apoyes en tu propia inteligencia; reconócele en todos tus caminos y él enderezará tus sendas” (Prov 3,5-6)

Es una gran sabiduría no apoyarse sobre la propia inteligencia. Aunque es un maravilloso don que Dios nos concede en el plano natural, el entendimiento quedó oscurecido a consecuencia del pecado original, además de que está sujeto a las limitaciones propias del mundo de lo creado.

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La confianza en Dios (Parte I)

Difícilmente encontraremos algo que sea tan importante para la vida espiritual como lo es la confianza en Dios. En todas las situaciones de nuestra vida hemos de activar esta confianza, para que se convierta en esa certeza interior que lo impregna todo. Así, nuestro camino espiritual se vuelve más ligero y resulta más atrayente para otras personas. Por tanto, dedicaremos las dos próximas meditaciones a este tema: la confianza en Dios.

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La oración del corazón (Parte III)

Quien se haya adentrado en la oración del corazón por un buen tiempo y la practique con regularidad, podrá experimentar la dicha de que esta oración realmente se hace presente en el corazón. Se nos vuelve fácil retirarnos a esa “celda interior” que se ha formado gracias a la oración, precisamente en aquellos momentos en que el ruido estorba y estamos más expuesto al peligro de la dispersión.

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La oración del corazón (Parte II)

La oración del corazón –u oración de Jesús– requiere una cierta preparación. En este sentido, escuchemos nuevamente al metropolita Serafim Joanta:

“Las disposiciones para la oración de Jesús son, al igual que para cualquier otra oración, las siguientes: Estar en paz con el prójimo, liberarse de excesivas preocupaciones, una cierta disposición del alma, un lugar tranquilo… Nadie puede rezar una oración pura –esto es, una oración que no esté empañada por pensamientos extraños, por impresiones externas de los sentidos y recuerdos– mientras no esté en paz con el prójimo. La falta de perdón y la permanencia en la discordia nos llenan de fuerzas negativas que enturbian el corazón. Lo mismo sucede con el exceso de preocupaciones. Por eso, el Himno a los Querubines de la liturgia bizantina de San Juan Crisóstomo, nos exhorta a ‘despojarnos de toda preocupación mundana’. También el sitio de la oración es importante. El lugar más apropiado es el desierto; es decir, un lugar apartado. Allí se retiraban en todo tiempo los monjes y ermitaños. El Salvador mismo se apartaba por las noches a una montaña o a un lugar solitario para la oración. Puesto que nosotros vivimos en el mundo, hemos de seguir, en primer lugar, el consejo de Jesús: ‘Cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará’ (Mt 6,6). Este aposento es el corazón, al que debemos retirarnos para poder darle a la oración la atención necesaria.”

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CREER EN EL AMOR DE DIOS 

“Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto”
(Sal 129,4).

En vistas de la gravedad del pecado, sólo podemos enmudecer ante el Señor de cielo y tierra. ¿Quién podría resistir ante la justicia de Dios? ¡Qué indecible tormento le espera a un alma que se obstina en el pecado grave, sin buscar ni acoger el perdón de Dios! Una eternidad separada del Padre que tanto la ama y torturada por despiadados demonios… ¡Qué horizonte tan espantoso!

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LA TRAMPA SE ROMPIÓ Y ESCAPAMOS

“Hemos salvado la vida como un pájaro
de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.”
(Sal 124,7) 

Podemos adherirnos con profunda gratitud a la alabanza que el salmista dirige al Señor. En efecto, el “cazador” coloca muchas trampas alrededor de nuestra alma para apartarla de Dios. Mucho más allá de nuestros enemigos humanos, se trata de los poderes del mal que nos amenazan. Les gusta aprovecharse de nuestra debilidad y de la seducción del mundo para hacer efectivas las diversas trampas con las que pretenden atrapar al hombre.

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LA SANTA PALABRA DE DIOS 

“Tu palabra es pura en extremo, y tu siervo la ama” (Sal 118,140).

La Palabra de Dios nos ha sido dada para que por ella tengamos vida. Es distinta a las palabras meramente humanas. Tiene la fuerza de iluminar toda nuestra vida y de transformarnos. Es el Señor mismo quien se nos comunica a través de su Palabra. En efecto, Dios nos habla y así nos da acceso a su propio ser. A través de las palabras que salen de su Corazón, Él nos concede un encuentro con su amor.

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El Santo Rosario

Después de haber reflexionado sobre los padecimientos de la oración y sobre la Adoración eucarística, dirijámonos ahora a las diversas formas de oración. A pesar de que la oración es, en sí misma, algo sencillo, no siempre nos resulta fácil orar, y menos orar bien. También esto es un arte, y para aprenderlo conviene estudiar las variadas formas y métodos de oración que existen, y, sobre todo, practicar fervorosamente la oración como tal.

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