UN CORAZÓN TRANSFORMADO

“Hace falta que tengáis un corazón transformado, totalmente enfocado en Dios; un corazón vigilante, atento y lleno de amor. Sólo entonces podréis entender los planes de Dios y trabajar por la paz” (Palabra interior).

Nuestro Padre, que es la fuente de la verdadera unidad y paz entre los hombres, nos invita a cooperar en los planes de la salvación. Él nos concede un corazón nuevo, del cual han de manar, bajo el influjo de la gracia, torrentes de agua viva para el mundo (cf. Jn 7,38).

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Las almas en estado de purificación

Lam 3,17-26

 Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: “Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.” Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido. Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad! El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

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LA VERDADERA UNIDAD

“Nos llamamos hijos de Dios, ¡y lo somos!” (1Jn 3,1). 

Ser hijos de Dios es una gran predilección suya por nosotros, y a esta dignidad están llamados todos los hombres. Así, el Padre une a los hombres en sí mismo. Él es el verdadero fundamento de la unidad de la humanidad; una unidad que los hombres buscan de tantas diversas maneras, pero que jamás podrán alcanzar si no la cimientan en Dios. La unidad entre todos los hombres radica en Dios mismo y sólo podrá hacerse realidad en la medida en que nosotros vivamos realmente como hijos suyos. El Profeta Malaquías nos dice:

“¿No tenemos todos nosotros un mismo Padre? ¿No nos ha creado el mismo Dios?” (Mal 2,10)

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El llamado universal a la santidad

Ap 7,2-4.9-14

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del Oriente con el sello del Dios vivo. Gritó entonces con voz potente a los cuatro ángeles a quienes se había encomendado causar daño a la tierra y al mar: “No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.” Pude oír entonces el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. leer más

LA PUERTA ABIERTA

“Mira, he abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar” (Ap 3,8).

Estas palabras dirigidas al “ángel de la iglesia de Filadelfia” se extienden a todos aquellos que han acogido la invitación de Dios. La puerta hacia el Corazón del Padre está abierta de par en par, de modo que pueden acudir a Él todos los hombres que han emprendido la senda de la salvación. El Señor resucitado, que volverá sobre las nubes del cielo, nos asegura que esta puerta abierta al Corazón del Padre no podrá cerrarla nadie: ni los principados, ni las potestades, ni los dominadores de este mundo tenebroso (cf. Ef 6,12), por más que intenten engañar a los hombres y alejarlos del camino de Dios.

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La disposición a cambiar

Hoy, siendo el último día del mes de octubre, concluiremos la serie sobre la vida espiritual, que pretendía darnos una perspectiva de lo que propicia el camino de seguimiento de Cristo y lo hace fructificar. Antes de retomar mañana nuestras acostumbradas meditaciones bíblicas, la meditación del día de hoy –la última de esta serie de espiritualidad– nos señalará una condición básica que hemos de cumplir si queremos crecer espiritualmente.

“Despojaos del hombre viejo, que se corrompe conforme a su concupiscencia seductora; renovad vuestra mente espiritual, y revestíos del hombre nuevo, que ha sido creado conforme a Dios en justicia y santidad verdaderas” (Ef 4,22-24).

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SI SUPIERAIS

“Si supierais cuánto amo a mis discípulos y cuán dispuesto estoy a desvelarles todos los tesoros de la gracia, estaríais siempre despiertos, atentos a escuchar la voz de vuestro corazón para encontraros conmigo” (Palabra interior).

Una vez que nuestro corazón haya sido herido por el amor del Señor, percibirá cuán inmenso es este amor y anhelará recibir todo aquello que sea muestra de este amor. ¿Qué más podría buscar fuera de él?

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La purificación pasiva

Aun si ponemos toda nuestra voluntad para llevar a cabo en nosotros la purificación activa, no seremos capaces de refrenar y vencer todo aquello que nos impide corresponder plenamente al amor del Señor. Hay actitudes y apegos que están demasiado arraigados, y a menudo ni siquiera estamos conscientes de ellos… Por eso el Señor viene en nuestra ayuda mediante otro proceso, que va más allá de lo que podrían llevarnos nuestros propios esfuerzos en la purificación activa: Se trata de la así llamada “purificación pasiva”.

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La purificación activa

En la clásica tradición mística, el camino de seguimiento suele describirse en tres “vías”: la vía purgativa (purificación), la vía iluminativa (iluminación) y la vía unitiva (unificación).

Al haber vivido una seria conversión, al esforzarse por adquirir las virtudes y al asumir conscientemente el combate contra nuestros tres enemigos –el mundo, el demonio y la carne–, el Señor inicia en nosotros el proceso de purificación interior. Se trata aquí de los apegos a nuestras pasiones, así como también a las propias ideas, ilusiones, deseos, etc.

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