Hb 11,1-7
La fe es garantía de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe sabemos que el universo, tanto lo visible como lo invisible, fue formado por la palabra de Dios.
Hb 11,1-7
La fe es garantía de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe sabemos que el universo, tanto lo visible como lo invisible, fue formado por la palabra de Dios.
“Tú, Señor, me conoces y me ves; has comprobado que mi corazón está contigo” (Jer 12,3).
¡Dichoso el hombre que pueda unirse a las palabras de Jeremías! Muchas adversidades precedieron a esta declaración del profeta, pues Dios había puesto a prueba su fidelidad y, a través de muchas luchas, Jeremías supo resistir.
Mc 8,34–9,1
En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.
“El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó” (Jn 14,31).
En estas palabras, el Señor expresa el gran amor de su Corazón: es su Padre Celestial.
Quizá solemos tener más presente el amor de Jesús por nosotros, los hombres, y con justa razón decimos que nunca podremos agradecerle lo suficiente por lo que ha hecho por nuestra salvación. Sin embargo, si queremos comprender mejor el Corazón de nuestro Salvador, debemos asimilar profundamente estas palabras del Evangelio de San Juan: “El mundo debe conocer que amo al Padre y que obro tal y como me ordenó.” Esto es lo que le mueve y lo que quiere que entendamos: Su amor por el Padre Celestial.
Mc 8,27-33
En aquel tiempo, iba Jesús con sus discípulos hacia los poblados de la región de Cesarea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos le respondieron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.”
“‘Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad’. Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas.” (Sal 39,8-9).
La fuente de la verdadera alegría consiste en estar unidos a la Voluntad de nuestro Padre y recibir así el mismo alimento que llenaba al Hijo de Dios: Hacer la Voluntad del Padre (Jn 4,34).
Mc 8,22-26
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Le presentaron un ciego y le suplicaron que le tocase. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo y, tras untarle saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: “¿Ves algo?” Él, alzando la vista, dijo: “Veo a los hombres, pero los veo como árboles que andan.” Volvió a ponerle las manos en los ojos y comenzó a ver perfectamente.
“Yo soy tu futuro” (Palabra interior).
¡Cuánto nos gustaría a veces echar una mirada a nuestro futuro! No pocas personas se ven tentadas a intentarlo de diversas maneras y acaban en prácticas cuestionables.
En Dios, en cambio, no es difícil ver el futuro, porque Él mismo es nuestro futuro. Esto basta, porque lo dice todo.
Lc 10,1-9 (Evangelio correspondiente a la Fiesta de San Cirilo y Metodio)
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos.
“El Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su Nombre es santo” (Lc 1,49).
¡Cuánto se complace nuestro Padre Celestial en la Virgen María, que acogió plenamente su llamado y se convirtió así en Madre de su Hijo! ¿Podríamos imaginar una elección de Dios más digna que la Virgen de Nazaret, que estaba preparada para dar su consentimiento a la enorme gracia que el Señor le mostraba y a cooperar con su “fiat” en el plan de la salvación?