“Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis labios” (Sal 141,3).
¡Cuán distinto sería todo si cada persona rezara esta sabia oración y actuara conforme a ella! ¡Cuánto sufrimiento se evitaría y cuánto se avanzaría en la vida espiritual!
“Hay charlatanes que hieren como espadas; la lengua de los sabios es medicina” (Prov 12,18).
Hermanos míos, éste es el mensaje que oísteis desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín, que, al ser del Maligno, mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, mientras que eran justas las obras de su hermano. No os extrañéis, hermanos, si el mundo os aborrece.
“¡Oh! Cuánto quisiera que comprendieras la extensión de esta obra; su grandeza, su amplitud, su profundidad, su altura… ¡Quisiera que comprendieras los inmensos deseos que tengo para la humanidad presente y futura!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
A través de la Madre Eugenia, el Padre dirige estas palabras al Papa de aquella época.
Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del Diablo, pues el Diablo peca desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del Diablo.
“Hoy quiero añadir que la apertura a Cristo, que en cuanto Redentor del mundo ‘revela plenamente el hombre al mismo hombre’, no puede llevarse a efecto más que a través de una referencia cada vez más madura al Padre y a su amor” (Juan Pablo II, Encíclica “Dives in Misericordia”)
Cuanto más conozcamos al Padre y aprendamos a comprender su amor, cuanto más veamos al Hijo con los ojos del Padre, tanto más profunda llegará a ser nuestra relación con Jesús. Así, desde la perspectiva del amor de su Padre Celestial, descubrimos a nuestro Salvador. ¡No puede haber un encuentro más profundo con Él!
Si sabéis que él es justo, reconoced que todo el que obra la justicia ha nacido de él. Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. leer más
Estas habrían sido las últimas palabras del Papa Benedicto XVI antes de morir; tres sencillas palabras que nos permiten echar una profunda mirada en el corazón de este Pontífice, que ahora se encontrará con Dios en toda su gloria.
Sólo el Espíritu Santo puede despertar en el corazón de los hombres este amor a Jesús y hacer que encuentren su hogar en el amor de la Santísima Trinidad. Con estas últimas palabras, el Papa Benedicto demuestra ser un hijo de este amor.
¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es precisamente el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo no posee al Padre; pero todo el que confiesa al Hijo posee también al Padre. En cuanto a vosotros, deseo que sigáis conservando lo que oísteis desde el principio. leer más
“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).
La palabra de Nuestro Señor es una clara guía para nosotros. Hacer la Voluntad del Padre no sólo es el alimento para Jesús, sino para todos nosotros. Sólo este alimento nos sacia de verdad, porque nos introduce en el sentido primordial de nuestra existencia.leer más
Si, al iniciar el año, ponemos nuestra mirada en la Madre del Señor, tal como la Iglesia nos insta a hacerlo, entonces todo se esclarece, a pesar de las nubes oscuras que actualmente se ciernen sobre el mundo.
Todo se esclarece, porque Tú, oh María, fuiste elegida como hija del género humano. Tú no solamente diste a luz al Hijo de Dios; sino que también lo seguiste como discípula. Así, el Señor te incluyó de forma especial en el plan de la salvación. Esto nos da esperanza, porque nuestro Padre, que te confió a su Unigénito, te convirtió también en Madre de la humanidad redimida.
Por eso, al finalizar la Octava de Navidad y al iniciar el nuevo año, nos dirigimos a Ti, oh Madre de este Amado Niño, y ponemos en tu corazón a todos los hombres.
Cuando fracasan todos nuestros esfuerzos por llevar a las personas a Jesús; cuando los corazones parecen obstinados y endurecidos; cuando las mentes están como enceguecidas, confiamos a tu intercesión especialmente a aquellos por quienes luchamos. Tú conoces caminos para llegar a los corazones de los hombres, que nosotros desconocemos.
Pero, amada Madre, no son sólo ciertas almas en particular las que están en peligro; sino que “la oscuridad cubre la tierra y espesa nube a los pueblos” (Is 60,2). Parecería que el príncipe de las tinieblas quiere someter a todos los pueblos, prometiéndoles a los hombres un paraíso artificial y usurpándoles su libertad. Pero sólo conseguirá victorias pírricas, porque Tu Amado Hijo vino al mundo a destruir las obras del diablo (1Jn 3,8), y efectivamente lo hizo.
Y tú, amada Madre, fuiste llamada a aplastar la cabeza de la serpiente (Gen 3,15)… ¡y así sucede!
Suplícale a tu Hijo que muchas personas se conviertan en este año; alcánzanos una Iglesia que arda por la salvación de las almas; intercede para que los poderosos sean derribados de sus tronos (cf. Lc 1,52), de manera que la oscuridad anticristiana sea ahuyentada y llegue un tiempo de consolación (cf. Hch 3,20).