“Me apoyo en el Señor y no vacilo” (Sal 26,1b).
La confianza en nuestro Padre torna recta y segura nuestra vida. Nos ancla en su Corazón y hace que nuestro Dios se incline a mostrarnos de forma especial su amor.
“Me apoyo en el Señor y no vacilo” (Sal 26,1b).
La confianza en nuestro Padre torna recta y segura nuestra vida. Nos ancla en su Corazón y hace que nuestro Dios se incline a mostrarnos de forma especial su amor.
Faltan apenas 3 días para iniciar la Semana Santa, y nuestro itinerario cuaresmal está llegando a término. Quisiera dedicar la meditación de hoy al tema de cómo afrontar el sufrimiento de forma correcta, lo cual es, sin duda, una de las lecciones más difíciles en nuestro camino de seguimiento de Cristo.
“Haz que te encuentre siempre en vela, para que pueda contar contigo a toda hora” (Palabra interior).
¡Qué invitación tan extensa de nuestro Padre! Él no sólo nos rodea constantemente con su amor paternal y nos da así un hogar eterno; sino que además quiere contar con nosotros. La amistad que nos ofrece no debe ser unilateral, de modo que no somos sólo nosotros quienes podemos confiarle a nuestro Padre lo más íntimo; sino que también Él pueda contar con noostros e incluirnos en sus planes de salvación.
Ya hemos recorrido un largo trayecto en nuestro itinerario cuaresmal y ahora estamos casi a las puertas de la Semana Santa.
Durante los últimos cinco días habíamos tratado el serio tema del Anticristo, que ha de venir al Final de los Tiempos, pero cuyo espíritu ya se manifiesta de antemano bajo diversas apariencias.
“Sé fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida” (Ap 2,10).
Estas palabras las dirige el Señor glorificado al “ángel de la iglesia de Esmirna” en el Libro del Apocalipsis, llamándonos a todos a la entrega generosa de nuestra vida.
Resistencia espiritual a la amenaza anticristiana
En nuestro itinerario hacia la gran Fiesta de la Resurrección de Nuestro Señor, hemos tratado la grave amenaza de los poderes anticristianos. Éstos han penetrado incluso en nuestra Iglesia, intentando desintegrarla y debilitarla desde dentro, de modo que pierda su testimonio claro e inequívoco y ya no sea capaz de dar verdadera orientación a los hombres. Cuanto más la Iglesia adopta el “olor de este mundo”, tanto menos refleja el rostro de su Esposo Divino.
“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Detengámonos hoy en la última parte de esta frase del Mensaje del Padre: “A Él solo le pertenezco.”
El Padre nos ha dado esta certeza, y nosotros hemos de repetirla una y otra vez:“Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).
La crisis en la Iglesia
Si examinamos con mirada crítica la situación actual de la Iglesia, fácilmente el enfoque se detiene en Alemania, donde ya se está manifestando en ciertos aspectos una “iglesia distinta”. Quien sigue más de cerca lo que está sucediendo en el así llamado “camino sinodal”, puede constatar que aquí se está llevando a cabo un proceso de adaptación de la Iglesia al mundo. Se renuncia cada vez más a la identidad católica para adoptar los estándares morales que rigen en el mundo. Si el rumbo emprendido por la mayoría de la jerarquía eclesiástica y los organismos laicales en este país se basa más en la mentalidad del mundo que en la Sagrada Escritura y en la doctrina de la Iglesia, entonces se hace evidente la influencia anticristiana.
“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Con qué sencillez el Padre nos revela nuestra identidad más profunda, haciéndonos descubrir al mismo tiempo el sentido de nuestra existencia, que consiste en conocer, honrar y amar a éste nuestro Padre.
El ataque a la Iglesia
Todo lo que hemos escuchado en las meditaciones previas sobre el Anticristo, nos muestra claramente el gran peligro que el espíritu anticristiano supone para la humanidad. Es el más tenaz y quizá también el último intento del Diablo de expandir su dominio sobre todo el orbe de la Tierra, de subyugarla y, de ser posible, inducir a la humanidad a rendirle adoración.