“TÚ ERES NUESTRO ESPLENDOR” 

“Tu nombre es su gozo cada día, tu justicia es su orgullo. Porque tú eres su esplendor y su fuerza, y con tu favor realzas nuestro poder” (Sal 88,17-18).

El corazón se inunda de gran alegría cuando llega a conocer a nuestro Padre tal como Él es en verdad.

Cada vez que su Nombre resuena, cada vez que se habla bien de Él, cada vez que se alaban sus obras, se reconoce su misericordia y se canta su esplendor, nuestra alma exulta de alegría, porque en ella –la amada– despierta el amor.

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El pan de vida

Jn 6,52-59

En aquel tiempo, discutían entre sí los judíos y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”

Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.

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“A LA LUZ DE TU ROSTRO”

“Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro. El Santo de Israel es nuestro rey” (Sal 88,16.19).

Quien aclama al Señor y lo reconoce como Rey, penetra en la realidad establecida y revelada por Dios, porque, efectivamente, el Señor es un rey. Más aún: Él es el verdadero Rey, en quien todo tiene su origen.
“Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Jesús contestó: ‘Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz’” (Jn 18,37).

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La ayuda del cielo en la evangelización

Hch 8,26-40

En aquellos días, un ángel del Señor habló así a Felipe: “Ponte en marcha hacia el sur, por el camino que baja de Jerusalén a Gaza atravesando la estepa.” Felipe se avió y partió. Por el camino vio a un etíope eunuco, alto funcionario de Candace, reina de los etíopes, que estaba a cargo de todos sus tesoros y que había venido a adorar en Jerusalén.

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“QUE TODOS ME CONOZCAN”

“Puesto que yo deseo, sobre todo, darme a conocer a todos vosotros, para que todos podáis gozar de mi bondad y ternura ya aquí en la tierra, convertíos en apóstoles de aquellos que no me conocen todavía” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Este es el gran deseo de nuestro Padre Celestial, y Él lo enfatiza aún más al decir que ése es su deseo “sobre todo”. Esta petición suya se dirige “sobre todo” a aquellos que ya han comprendido algo de su amor y viven en él. Por tanto, es una misión que tiene por objeto a todos los hombres, porque nadie está excluido del amor de Dios.

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UNA MIRADA DE SU AMOR

“Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa” (Sal 83,11).

¡Hasta qué punto el salmista comprendió lo que significa estar en la cercanía de Dios! En efecto, ¿no es así? Aunque fuera un solo día que pudiéramos pasar cerca de nuestro amado Padre, ¡qué incomparable sería éste en relación con todos los demás días en que no estuvimos junto a Él!

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La humildad como fundamento

1Pe 5,5-14

Revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad.

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“TE ALIMENTARÍA CON FLOR DE HARINA”

 

“¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre” (Sal 80,14.17).

Esto es lo que nuestro Padre Celestial nos tiene preparado: una vida en abundancia, una vida en su amorosa presencia, supliendo copiosamente las necesidades corporales y espirituales de sus hijos y colmándolos con su amor desbordante e incesante. ¡Éstas son las intenciones de nuestro Padre, que permanecen inmutables! Con los ojos de la fe podemos reconocerlas y regocijarnos día a día en el Padre.

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Trabajad por el alimento que perdura

Jn 6,22-29

Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar vio que allí no había más que una barca y que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades, cerca del lugar donde habían comido pan.

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