La dignidad de la castidad

Ex 20,1-17

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué del país de Egipto, del lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí. No te harás escultura ni imagen alguna de lo que hay arriba en los cielos, abajo en la tierra o en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, pero tengo misericordia de mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos.

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No les tengáis miedo

Mt 10, 26-32 (Evangelio correspondiente a la memoria de San Pantaleón, mártir)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.

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EL CUIDADO DE DIOS

“Sin tentaciones, no percibiríamos el cuidado de Dios por nosotros, ni adquiriríamos la confianza en Él, ni aprenderíamos la sabiduría del Espíritu, ni se consolidaría el amor a Dios en el alma” (Isaac de Siria).

Lo que hemos dicho en las últimas meditaciones con respecto a la lucha contra los poderes de las tinieblas, podemos aplicarlo también al combate contra las tentaciones, a las que estamos inevitablemente expuestos durante nuestra peregrinación por este mundo. Éstas forman parte de la lucha que se nos ha encomendado.

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LA LUCHA EN EL PLAN SALVÍFICO DE DIOS

“En el plan salvífico de mi amor, la lucha ocupa un lugar importante” (Palabra interior). 

La lucha que el Señor libra por nosotros y con nosotros contra los poderes de la oscuridad no sólo es ineludible, sino que hace parte del plan salvífico de su amor. Así como en el camino de seguimiento de Cristo es necesario emprender el combate espiritual para refrenar nuestras pasiones y resistir a las seducciones de este mundo, también es preciso luchar contra los ángeles caídos. En efecto, son ellos los que asedian al hombre, induciéndolo a caminos equivocados y tejiendo a su alrededor una red de mentiras.

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El servicio es la verdadera grandeza

Mt 20,20-28

En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le preguntó: “¿Qué quieres?” Respondió ella: “Manda que estos dos hijos míos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.” Replicó Jesús: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?” Respondieron: “Sí, podemos.” Entonces les dijo: “Desde luego que beberéis mi copa. Pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no está en mis manos concederlo. Será para quienes mi Padre lo tenga dispuesto.”

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“EL SEÑOR LUCHA DE VUESTRO LADO”

“Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla” (Sal 26,3).

Aunque los ejércitos que avanzan contra nosotros no sean visibles, no son menos reales que aquellos que se enfrentan en una guerra física. Estamos rodeados de enemigos invisibles, que quieren desviarnos del camino de la salvación y, si no lo consiguen, al menos procuran ponernos obstáculos. Esto es lo que describe el Apóstol San Pablo en la Carta a los Efesios:

“Nuestra lucha no es contra la sangre o la carne, sino (…) contra los espíritus malignos que están en los aires” (Ef 6,12).

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El Señor luchará de vuestro lado

Ex 14,5-18

En aquellos días, cuando anunciaron al rey de Egipto que el pueblo había huido, el faraón y sus cortesanos cambiaron de parecer sobre el pueblo y se dijeron: “¿Qué hemos hecho? Hemos dejado marchar a Israel de nuestra servidumbre.” El faraón hizo enganchar su carro y tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, montados por sus combatientes. El Señor hizo que se obstinara el faraón, rey de Egipto, y persiguiera a los israelitas; pero éstos habían salido con gesto victorioso.

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“QUE MI CORAZÓN REPITA QUE TE AMO” 

“Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo, por lo menos quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro” (San Juan María Vianney). 

El Santo Cura de Ars era un alma inflamada de amor, que quería corresponder plenamente al amor del Señor. ¡Un verdadero ejemplo para todos los sacerdotes! Su corazón desfallecía por Dios. Lo que más hubiera querido es entrar en un monasterio contemplativo para expresarle así todo su amor al Señor. Pero Dios tenía otros planes para él. Así, el Cura de Ars pasó incontables horas en el confesionario, sirviendo al Señor y a la salvación de las almas.

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