Jn 14,6-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.”
Jn 14,6-14
En aquel tiempo, dijo Jesús a Tomás: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.”
“¡Yo seré vuestro Todo, y os bastaré para todo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Es una promesa que nuestro Padre hace a los “hijos de su amor”; es decir, a los religiosos y religiosas. Pero ciertamente no se limita sólo a ellos, aunque a ellos se dirija de forma particular.
Jn 10,22-30
Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Los judíos lo rodearon y le preguntaron: “¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.”
“Mis queridos hijos, desde hace ya veinte siglos os he colmado de estos bienes con gracias especiales, ¡pero el resultado es mínimo!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Estas palabras del Padre nos permiten echar una mirada en su Corazón. La relación entre las riquezas que Dios nos da y los frutos que damos a partir de ellas es desproporcionada. Día a día podemos fortalecernos a través del Santo Sacrificio de la Misa, recibir el perdón en el sacramento de la penitencia cuando hemos caído en nuestra debilidad, acoger el amor que el Redentor nos ofrece desde la Cruz y tantas otras gracias que el Padre nos brinda para nuestra vida espiritual. ¡Todo está a nuestra disposición y en abundancia!
“Te compadeces de todos porque todo lo puedes y disimulas los pecados de los hombres para que se arrepientan” (Sab 11,23).
La compasión de nuestro Padre va de la mano con su amorosa Omnipotencia. Si no fuera así, cuántas veces los hombres se habrían autodestruido, habrían tenido que beber ellos mismos el amargo cáliz de sus pecados y soportar sin mitigación las consecuencias de sus culpas. Pero nuestro Padre ama compadecerse de los hombres.
Jn 10,1-10
En aquel tiempo, dijo Jesús: “En verdad, en verdad os digo que el que no entre por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas atienden a su voz; luego las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado a todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. En cambio, no seguirían a un extraño; huirían de él, pues las ovejas no reconocen la voz de los extraños”. Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
“Los que en él confían entenderán la verdad y los que son fieles permanecerán junto a él en el amor” (Sab 3,9a).
En un corazón que confía en el Padre puede penetrar la verdad, pues Dios mismo lo atrae hacia sí y lo colma consigo mismo. Un corazón tal se desprende de las falsas seguridades que lo atan a un mundo de ilusiones, de modo que nuestro Padre puede despertar plenamente en este corazón el amor a Él. Así, el corazón se entrega por completo a Él. Dios entra en él y pone su morada en él. Ya no es sólo un huésped ocasional, sino que convierte a este corazón en su Templo, en el santuario de su presencia, en su morada…
1Pe 2,20b-25
Si soportáis el castigo a pesar de haber obrado bien, esto es una gracia ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos un modelo para que sigáis sus huellas.
Son los místicos quienes pueden describirnos vívidamente el amor de Dios, a menudo empleando un lenguaje extasiado, como sucede a veces en el plano humano con los enamorados, que quieren expresar su amor.
Estos místicos están como embriagados, porque el sobrecogedor amor divino ha abierto las profundidades de su alma, derramándose en ellos y llegando a desbordarse también. ¡Apenas pueden contenerlo! Por nuestras limitaciones terrenales, resulta difícil describir en palabras lo que el alma experimenta. Sin embargo, se puede recurrir al lenguaje del amor.
Hch 9,31-42
Por aquel entonces, las iglesias gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaría, pues crecían y progresaban en el temor del Señor, y estaban llenas de la consolación del Espíritu Santo. Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida.