“ESPERAR LA GRACIA”

«Sin la gracia de Dios, no podría hacer nada» (Santa Juana de Arco).

Santa Juana de Arco expresa una verdad fundamental de manera muy sencilla. Ella sabe que depende de Dios en todo. Sin embargo, esta dependencia no tiene la connotación negativa que solemos asociar a este término cuando nos referimos a una situación que nos priva de nuestra libertad. Esto nunca sucede con nuestro Padre Celestial, ya que la dependencia de Él es la realización más profunda de nuestro ser. Por ello, conviene hacer énfasis en el cuidado amoroso de Dios, del que dependemos. En efecto, es así.

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CARTA A LOS ROMANOS (Rom 1,1-7.13-17): La obediencia de la fe

Habiendo meditado todo el Evangelio de San Juan y los Hechos de los Apóstoles, y después de haber dirigido nuestra atención al Espíritu Santo en el marco de Pentecostés, me gustaría detenerme en la Carta de San Pablo a los Romanos a lo largo de las próximas semanas. De todas sus epístolas, esta es la más completa y también se la conoce como el «Testamento de San Pablo». No leeremos todo el texto, sino solo los pasajes más importantes que se prestan para comentarlos.

Aprovecho la ocasión para recomendaros que leáis esta carta de San Pablo en su integridad y así pongáis en práctica el consejo de leer diariamente la Sagrada Escritura, que es tan provechosa.

Como siempre, encontraréis al final el enlace a una meditación sobre el Evangelio o la lectura del día, para quienes prefieran permanecer en este esquema.

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LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO (VII): El don de sabiduría

Si el don de entendimiento nos permite penetrar en los misterios divinos, el don de sabiduría nos concede un “delicioso” conocimiento de Dios:

“¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!” –exclama el salmista (Sal 34,9). Primero nos invita a gustar, y sólo después a ver.

El don de sabiduría nos concede una experiencia del corazón, nos permite echar una mirada al amor de Dios a través del corazón. Por eso decimos que es un “degustar espiritual” del amor divino.

Entre Dios y nosotros surge una cierta familiaridad interior, algo como una comprensión intuitiva que se da con el corazón, porque dice la Escritura: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor 6,17). Gracias a esta familiaridad interior con Dios, el conocimiento de sus misterios adquiere un calor especial, así como un rayo de sol que calienta a la vez que ilumina.

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“UNA PEQUEÑA SEMILLA”

«Vivir en el amor significa navegar para siempre y esparcir semillas de alegría y de paz en los corazones» (Santa Teresita del Niño Jesús).

Santa Teresita se refiere aquí a la obra del Espíritu Santo a través de sus siete dones. Cuando éstos se activan en un alma, ella comienza a navegar como una barca, como lo describe la “Florecilla” de manera tan bella. Antes, la persona tenía que remar con sus propias fuerzas, aunque impulsada por el Espíritu Santo. Pero ahora, bajo la guía directa del Espíritu Santo, su travesía se vuelve más ágil.

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LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO (VI): El don de inteligencia

“El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.” (1Cor 2,10)

Mientras que el don de ciencia nos ayuda a sustraernos de la atracción de las criaturas, reconociendo en una mirada interior su nada (en cuanto que fueron creadas de la nada), y nos hace comprender que toda vida y belleza proceden de Dios; el don de entendimiento nos ayuda a penetrar en el misterio de Dios con la luz del Espíritu Santo mismo.

Nuestro entendimiento no es capaz de penetrar en los misterios divinos con la sola ayuda de la fe, aunque nos aferremos a las verdades reveladas. Y es que la fe es, por un lado, una gran luz; pero, por otro lado, es todavía oscura. Es una luz en cuanto que nos transmite la verdad sobre Dios y sobre todo lo que necesitamos para el camino de seguimiento de Cristo. Pero ella no nos permite penetrar en el misterio de Dios mismo, ni comprender su Ser desde dentro. El conocimiento de Dios permanece, de alguna manera, a oscuras. San Pablo dirige nuestra mirada a la eternidad, donde veremos a Dios cara a cara:

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LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO (V): El don de ciencia

“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su propia alma?” (Mt 16,26)

A través de los cuatro primeros dones (el de temor, piedad, fortaleza y consejo), el Espíritu Santo guía sobre todo nuestra vida moral. En cambio, a través de los tres últimos dones (ciencia, entendimiento y sabiduría), Él conduce directamente nuestra vida sobrenatural; es decir, nuestra vida centrada en Dios.

Los cuatro primeros dones llevan a su perfección a las virtudes cardinales; los últimos tres, en cambio, completan las virtudes teologales. Estos tres últimos dones se relacionan con la contemplación, con la vida de oración, con la unificación con Dios.

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“PENSAR EN EL FIN”  

«Acuérdate siempre del Fin, porque el tiempo perdido no vuelve» (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo).

No nos resulta tan fácil poner en práctica estas sabias palabras, aunque aportarían tanta claridad a nuestra vida. La Sagrada Escritura también nos exhorta: «En todas tus acciones, acuérdate de tu fin y no pecarás jamás» (Eclo 7, 36).

Podríamos hacer una pequeña variación en el énfasis de esta frase y aplicarla a la relación con nuestro Padre Celestial: hagámoslo todo con la mirada puesta en Él, de modo que todas nuestras acciones y esfuerzos le agraden. En este contexto, también nos vienen a la mente las palabras de san Pablo: «Aprovechad bien el tiempo presente» (cf. Ef 5, 16).

Lejos de llevarnos a un malsano activismo, esta frase nos exhorta a la suma vigilancia del amor, a sabiendas de que podemos cooperar con nuestro Padre Celestial en la salvación de las almas y que, por causa del amor, no hay tiempo que perder.

Ciertamente, algunos reconocemos que, por desgracia, en muchas ocasiones no tuvimos presente nuestro fin ni teníamos en vista a nuestro Padre, y lo lamentamos profundamente, porque el tiempo que perdimos nunca volverá. Cuanto más actúa el amor en nosotros, más nos dolerá esto en el alma. Pedro experimentó el sufrimiento de haber negado a Jesús, pero después tuvo la oportunidad de responder afirmativamente a la triple pregunta del Resucitado sobre si le amaba, lo cual puede considerarse como una especie de reparación antes de recibir el encargo del Señor.

Y, ¿qué podemos hacer nosotros si hemos desaprovechado el tiempo?

Podemos pedirle al Señor la gracia de hacerlo todo con nuevo fervor, de modo que podamos recuperar el tiempo perdido aprovechando las ocasiones que Él nos muestre. También podemos pedirle que nos ayude a no perder más tiempo, teniendo presente nuestro fin y la mirada fija en Él.

A nuestro Padre le agradará mucho si nos dirigimos a Él de esta manera. Tal vez nos invite a practicar con frecuencia la oración interior (la oración del corazón). Si se nos convierte en un hábito espiritual, nos resultará más fácil pensar siempre en Él y no perder más tiempo.

“LUMINOSOS DONES”

«¡Oh Dios infinitamente bueno! Tú nunca nos privas de tus dones, a menos que nosotros mismos te sustraigamos nuestro corazón» (San Francisco de Sales).

Los maravillosos dones que Dios nos ha otorgado, ya sean de carácter natural o sobrenatural, tienen como fin alabar su gloria y solo alcanzan su verdadero esplendor cuando los utilizamos para este propósito. ¡Qué vacío se torna el arte cuando no glorifica a Dios! ¡Qué vanas son las palabras si no alaban a Dios y edifican a los hombres! ¡Cuán vacía se vuelve la vida si se la vive de espaldas a Dios!

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LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO (IV): El don de consejo

“Habla, Señor; tu siervo escucha.” (1Sam 3,9)

El Espíritu Santo nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Él habita en nosotros y nos enseña qué hacer en las situaciones concretas de nuestra vida. Gracias al don de consejo, llegamos a ser capaces de percibir en nuestro interior la silenciosa voz del Espíritu Santo y a distinguirla de otras voces. Sin embargo, esto requiere la capacidad del silencio interior y estar dispuestos a sustraerse del bullicio y del caos de tantas diversas opiniones y puntos de vista, ya sea fuera como dentro de nosotros.

Al practicar la virtud de la prudencia, hemos aprendido a verlo todo desde la perspectiva de Dios. Sin embargo, debido a la imperfección de nuestra naturaleza, queda la incertidumbre de si realmente somos capaces de distinguir la voz del Espiritu Santo de nuestros propios pensamientos u otras voces. La acción del Espíritu Santo en nuestro interior es más bien suave y silenciosa, como una suave brisa (cf. 1Re 19,11-12). A medida que nos familiarizamos con Él, aprendemos a distinguir con mayor precisión su voz. Sin embargo, precisamos una creciente libertad interior, para que no estemos tan atrapados en nuestros propios puntos de vista, deseos e ilusiones que la delicada voz del Espíritu no pueda penetrar en nosotros. Necesitamos esta luz interior, que nos permite captar en un instante la Voluntad de Dios.

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