EL ESPÍRITU SIEMPRE NOS LLAMA Y NOS ATRAE 

“El Espíritu y la esposa dicen: ‘¡Ven!’ Y el que oiga, que diga: ‘¡Ven!’ Y el que tenga sed, que venga; el que quiera que tome gratis el agua de la vida (…). Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17.20b).

El Espíritu del Señor siempre nos llama y nos invita a seguirle y a acoger todo aquello que nuestro Padre Celestial nos tiene preparado. Podemos recibir gratuitamente la abundancia de gracias que el Señor nos ofrece.

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NUESTRO FUTURO CELESTIAL 

“Oí una fuerte voz que decía desde el trono: ‘Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos. Ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios. Entonces el que está sentado en el trono dijo: ‘Mira, hago nuevas todas las cosas’” (Ap 21,3.5).

¿Cuál es el futuro que nos aguarda si permanecemos fieles a nuestro Padre? Los últimos capítulos del Apocalipsis nos dan la respuesta: lo que nos espera es la comunión eterna con Dios, la morada del Señor en medio de su pueblo.

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EL JUICIO FINAL 

“Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida. Y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras” (Ap 20,12).

Todas nuestras obras quedan grabadas en la memoria de nuestro Padre Celestial y cada persona será juzgada según el amor y la justicia. Nuestro Padre conoce aun lo más recóndito, lo escondido en el fondo de nuestro corazón.

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ALEGRÍA POR LA CAÍDA DEL REINO DE LAS TINIEBLAS 

“[Un ángel] gritó con voz potente: ‘¡Cayó, cayó la gran Babilonia!’ (…) Alégrate, cielo, por su desastre; y también vosotros, santos, apóstoles y profetas, porque, al condenarla a ella, Dios ha juzgado vuestra causa.” (Ap 18,2.20).

Consideremos a Babilonia como símbolo de los poderíos hostiles a Dios, con los que “fornicaron” los reyes de la tierra y de cuya caída se lamentan las naciones, porque “en una sola hora ha sido arrasada” (v. 19).

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“TUS JUICIOS SON VERDADEROS Y JUSTOS” 

“Después oí como la fuerte voz de una inmensa muchedumbre en el cielo, que decía: ‘¡Aleluya! ¡La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios; sus juicios son verdaderos y justos, pues condenó a la gran ramera, que corrompía la tierra con su prostitución!’” (Ap 19,1-2).

La alabanza de la justicia divina forma parte del honor que queremos rendir a nuestro Padre, porque Él se glorifica también cuando hace prevalecer la justicia.

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