TAMBIÉN NOSOTROS PERDONAMOS

“…como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12).

Sabemos bien cuán importante es para nuestro Padre que, habiendo experimentado su misericordia una y otra vez, también nosotros seamos misericordiosos con los demás. De hecho, una de las peores actitudes es cuando las personas no quieren perdonar. Cierran su corazón y, con su acusación, siguen ejerciendo un cierto poder sobre aquellos que, en su opinión, han hecho cosas imperdonables.

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VÍA CRUCIS – I Estación: “Jesús es condenado a muerte”



  1. Adoramus te Christe et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
  2. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Jesús, el inocente, se encuentra frente a Pilato. Un juez terrenal, el representante de Roma, ha de juzgar al Hijo de Dios.

Los jefes de su propio pueblo son sus acusadores. Aquellos que debían guiar al pueblo escogido y prepararlo para la venida del Mesías, no le reconocieron porque no conocían al Padre (Jn 8,19). Jesús se lo había dicho claramente.

La acusación más grave contra Jesús es la de haber blasfemado contra Dios. Él, que nos dio a conocer al Padre, Él, que reposa en su seno, Él, que cumplió su voluntad en todo y fue acreditado por incontables signos y milagros, es acusado de esta terrible transgresión. No le reconocieron porque no conocían al Padre.

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PERDONA NUESTRAS OFENSAS

 

“Perdona nuestras ofensas” (Mt 6,12).

El gran acto de amor de Dios consiste en perdonarnos nuestras culpas en virtud del sacrificio de su Hijo. ¿Quién podría resistir si no fuera por este amor, siendo así que todos hemos contraído deudas, no sólo por nuestras malas obras, sino también por nuestras omisiones?

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 19,31-42): “La sepultura y el descenso a los infiernos”  

Jn 19,31-42

Como era la Pascua, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, los judíos rogaron a Pilato que les rompieran las piernas y los retirasen. Vinieron los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que había sido crucificado con él. Pero cuando llegaron a Jesús, al verle ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con la lanza. Y al instante brotó sangre y agua. 

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NUESTRO PAN DE CADA DÍA

“Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,10).

Jesús nos invita a incluir con naturalidad en nuestra oración las necesidades de nuestra vida cotidiana. Nuestro alimento diario también procede de nuestro Padre celestial, aunque tengamos que trabajar con el sudor de nuestra frente para conseguirlo (cf. Gen 3,17b). En última instancia, nuestras capacidades y el éxito de nuestro trabajo dependen de la gracia de Dios.

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EVANGELIO DE SAN JUAN (Jn 19,16-30): “Todo está consumado”  

Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. Y se llevaron a Jesús. Y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota. Allí le crucificaron con otros dos, uno a cada lado de Jesús. Pilato mandó escribir el título y lo hizo poner sobre la cruz. Estaba escrito: “Jesús Nazareno, el Rey de los judíos”. Muchos de los judíos leyeron este título, pues el lugar donde Jesús fue crucificado se hallaba cerca de la ciudad. Y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Los príncipes de los sacerdotes de los judíos decían a Pilato: “No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino que él dijo: ‘Yo soy Rey de los judíos’.” “Lo que he escrito, escrito está” -contestó Pilato. Los soldados, después de crucificar a Jesús, recogieron sus ropas e hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y además la túnica. La túnica no tenía costuras, estaba toda ella tejida de arriba abajo.

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MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: “Conclusión de las meditaciones cuaresmales”

Con la meditación de hoy, concluyo esta serie que inicié después de las reflexiones sistemáticas sobre el Evangelio de San Juan, en preparación para la gran solemnidad de la Pascua.

Conviene hacer una breve recapitulación para destacar lo esencial. Tras esta meditación, volveremos a los relatos del Evangelio de San Juan sobre la muerte y sepultura del Señor.

El concepto de «discreción», que hemos aprendido de los padres del desierto y que significa «discernimiento de los espíritus» en el uso eclesiástico, nos ha llevado a observar atentamente la situación de la Iglesia y del mundo y a aplicarlo también a nuestra vida espiritual. Al analizar la armadura espiritual propuesta en la Carta a los Efesios, hemos llegado a la conclusión de que debemos prepararnos para el combate espiritual, que va más allá del ámbito personal, especialmente cuando consideramos las amenazas anticristianas que se ciernen sobre el mundo y sobre la Iglesia.

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HÁGASE TU VOLUNTAD

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt 6,10).

Cumplir la santa voluntad del Padre era el alimento de nuestro Señor Jesucristo (Jn 4,34). Con estas palabras, Jesús expresa la alegría y la naturalidad con la que cumplía la voluntad del que lo había enviado. ¡Esa era su vida!

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VENGA TU REINO (II)

“Venga a nosotros tu Reino” (Mt 6,10).

El Reino de nuestro Padre está lleno de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo (cf. Rom 14,17). Ya aquí, en nuestra vida terrenal, pueden hacerse realidad estas aspiraciones, porque, como decimos en el Padre Nuestro, el Reino de Dios ha de venir a la tierra como es en el cielo.

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MEDITACIONES PARA LA CUARESMA: “El trabajo en nuestro corazón”

 

En esta Cuaresma, nos hemos propuesto ser mejores discípulos del Señor, sobre todo en vista de la gran confusión que sufre actualmente la Iglesia. El discípulo tiene la tarea de anunciar y glorificar a su Señor. Los contenidos principales del anuncio están establecidos en la Sagrada Escritura y en la auténtica doctrina de la Iglesia. Este es el criterio que nos guía, ya que, como discípulos, no actuamos en nuestro propio nombre, sino por encargo. Por tanto, no nos corresponde introducir nuestras propias ideas o contenidos ajenos al Evangelio, lo que debilitaría el testimonio de Cristo. También es importante que, en la medida de lo posible, nuestra vida sea coherente con lo que anunciamos, de manera que nuestro testimonio de palabra no se vea opacado por nuestra manera de vivir.

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