“¡TEN EL VALOR DE SER COMO ERES!”

“Ten el valor de ser como Yo te creé y como quiero formarte. Entonces Yo viviré en ti y tomaré forma en tu vida” (Palabra interior).

No pocas veces sucede que las personas se sienten presionadas por diversas expectativas que otros tienen de ellas sobre cómo consideran que deberían ser. Pero estos ideales, ya sean de ciertas personas o de la sociedad a nivel general, no necesariamente ayudan a encontrar la propia identidad. Tal vez uno mismo también se haya creado imágenes de cómo cree que debe ser ante los demás. Todas estas expectativas pueden convertirse en una gran presión, sobre todo cuando se trata de una identidad ficticia, que no corresponde a la esencia más profunda de la persona. Así, ella puede llegar hasta el punto de vivir en la constante tensión de tener que cumplir un ideal que no es su verdadera identidad. Esto puede suceder también en el ámbito religioso.

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Verdadera conversión

1Tes 1,5c-10

Hermanos: sabéis cómo nos portamos entre vosotros, trabajando siempre a vuestro favor. Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la palabra con el gozo que os proporcionaba el Espíritu Santo, en medio de numerosas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la palabra del Señor, y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir.

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CAUTIVO DEL AMOR

“Padre divino, bondad infinita que se derrama sobre todos los pueblos, ¡que todos los hombres te conozcan, te honren y te amen!” (Antífona del Oficio a Dios Padre).

Cuando la paz de nuestro Padre desciende como rocío sobre la Tierra y penetra en las almas, cuando los hombres empiezan a conocer, honrar y amar a Dios, también se vuelven receptivos a su bondad que se derrama sobre todos los pueblos.

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Reflexión sobre la Iglesia

Ef 2,19-22

Hermanos: Vosotros ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas. Y la piedra angular es Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados, para ser morada de Dios mediante el Espíritu.

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LA PAZ DE NUESTRO PADRE

“Padre divino, esperanza amorosa de nuestras almas, ¡que todos los hombres te conozcan, te honren y te amen!” (Antífona del Oficio a Dios Padre).

Esta antífona sintetiza el gran deseo que expresa el Padre en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio. Puede convertírsenos en una súplica incesante a Dios, pidiéndole que conduzca a los hombres a esta decisiva conclusión.

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El combate contra la carne

Rom 7,18-25

Sé muy bien que no es bueno eso que habita en mí, es decir, en mi carne; porque el querer lo bueno lo tengo a mano, pero el hacerlo, no. El bien que quiero hacer no lo hago; el mal que no quiero hacer, eso es lo que hago. Entonces, si hago precisamente lo que no quiero, señal que no soy yo el que actúa, sino el pecado que habita en mí. Cuando quiero hacer lo bueno, me encuentro inevitablemente con lo malo en las manos. En mi interior me complazco en la ley de Dios, pero percibo en mi cuerpo un principio diferente que guerrea contra la ley que aprueba mi razón, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mi cuerpo. ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y le doy gracias. Así, pues, soy yo mismo quien, con la razón, sirvo a la ley de Dios, y, con la carne, a la ley del pecado. leer más

LA RENOVACIÓN DE LA MENTE

“Debe darse una transformación total, una renovación completa de la mente humana a través del Espíritu Santo” (Palabra interior).

Una vez que nos sentimos seguros del amor de nuestro Padre y recuperamos nuestra libertad en el “océano de su amor”, aun estando conscientes de nuestras limitaciones, debilidades y derrotas, es precisamente este amor el que quiere transformarnos. En efecto, no debemos seguir siendo niños para siempre, sino que hemos de madurar hasta llegar a la edad adulta y convertirnos en cooperadores en el Reino de Dios.

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Verdadero celo

Rom 6,19-23

Hablo en términos humanos, en atención a vuestra flaqueza natural. Pues, del mismo modo que ofrecisteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y a la maldad, para obrar mal, ofrecedlos ahora a la justicia, para una vida de santidad. Verdad es que, cuando erais esclavos del pecado, erais libres en lo referente a la justicia. ¿Pero qué frutos cosechasteis entonces de todo aquello que ahora ya os avergüenza, y cuyo fin es la muerte? Pero ahora, libres ya del pecado y esclavos de Dios, dais frutos de santidad, cuyo fin es la vida eterna. El salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna, unidos a Cristo Jesús, Señor nuestro.

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PASOS PARA AMAR A DIOS CON TODA LA MENTE

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37).

Si queremos seguir la amorosa invitación de nuestro Padre e intentamos centrar en Él todos nuestros pensamientos, es importante guardar en nuestra memoria las obras y la Palabra de Dios. Cuando meditamos los salmos, por ejemplo, veremos que una y otra vez se alaba y se admira con asombro y gratitud los portentos de Dios. Si interiorizamos ciertos pasajes de los salmos, éstos pueden resonar en nuestro interior como una “oración del corazón”, manteniendo despierta a nuestra alma en el recuerdo del Señor. También debemos convertir en una alabanza a Dios todo lo que nos sucede y vemos a nuestro alrededor.

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El dominio sobre el pecado

Rom 6,12-18

No permitáis que el pecado reine en vuestro cuerpo mortal; de ese modo no acataréis sus deseos. Y no convirtáis vuestros miembros en instrumentos de injusticia al servicio del pecado. Ofreceos más bien a Dios como si fueseis muertos que han vuelto a la vida; y vuestros miembros, como instrumentos de justicia al servicio de Dios. Pues el pecado no volverá a dominaros, ya que no estáis a merced de la ley, sino bajo la gracia de Dios. Entonces, ¿qué? Si ya no estamos a merced de la ley, sino bajo la gracia, ¿podremos pecar? ¡De ningún modo! ¿No sabéis que, si os ofrecéis a alguien para obedecerle, os hacéis esclavos de ése a quien obedecéis? Así, la esclavitud al pecado conduce a la muerte, y la obediencia a Dios, a la justicia.

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