En el Tiempo de Cuaresma, recorreremos nuevamente el “itinerario” que nos guió el año pasado durante estos cuarenta días. Nos encomendamos de forma especial a sus oraciones, puesto que la mayor parte de la Cuaresma estaremos de misión en Brasil y Argentina. Una gran preocupación que llevamos en nuestros corazones y oraciones es la paz mundial, que se ve particularmente amenazada en Ucrania e Israel. Como estamos muy vinculados a Tierra Santa por pasar mucho tiempo allí, he escrito una oración que os pido que recéis con nosotros a lo largo del Tiempo de la Cuaresma.
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“YO CONOZCO TU CORAZÓN”
“Yo conozco tu corazón y sé que me amas. A fin de cuentas, esto es lo decisivo, porque el amor todo lo perdona.” (Palabra interior)
Estas palabras del Padre nos recuerdan a aquella frase de oro atribuida a San Agustín: “Ama y haz lo que quieras.”
Conforme a esta máxima, el amor es el criterio definitivo para actuar y, de por sí, conduce a la acción correcta. En consecuencia, nuestra tarea es buscar el verdadero amor, reconocerlo, beber de él y vivir en él.
Rechazar las tentaciones
St 1,12-18
¡Dichoso el hombre que soporta la prueba!, porque, una vez superada ésta, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman. Que nadie, cuando sea probado, diga: “Es Dios quien me prueba”, porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Más bien cada uno es probado, arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Y una vez que la concupiscencia ha concebido, da a luz al pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra muerte. No os engañéis, hermanos míos queridos: toda dádiva buena y todo don perfecto que recibimos viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni fase de sombra. Nos engendró por su propia voluntad, con palabra de verdad, para que fuésemos las primicias de sus criaturas.
NO PERDER EL ÁNIMO
“No te desanimes cuando el mal parezca triunfar. Son victorias pírricas, victorias ficticias, después de las cuales viene la derrota y la separación definitiva entre el bien y el mal” (Palabra interior).
Cuando notamos cómo el mal parece triunfar en el mundo y a nuestro alrededor, la gran tentación que nos sobreviene es la de perder el ánimo, tirar la toalla e indirectamente darle así mayor poder al mal. ¡Pero no debería ser así!
Resistir a las dudas
St 1,1-11
Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, saluda a las doce tribus de la Dispersión. Hermanos míos, sentíos realmente dichosos cuando os veáis rodeados por toda clase de pruebas, pues sabéis que la calidad probada de vuestra fe produce paciencia. Pero la paciencia ha de culminar en una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin que dejéis nada que desear.
DAD GRACIAS CON ALEGRÍA
“Dad gracias con alegría al Padre que os hizo dignos de participar en la herencia de los santos en la luz” (Col 1,11c-12).
Cuando contemplamos las obras de la Creación y la obra de la Redención, nuestra mirada se eleva al Padre Celestial y nos vemos impulsados a darle gracias; más aún, a darle gracias con alegría, como nos exhorta San Pablo.
Un proyecto de vida en pocas palabras
1Cor 10,31–11,1
Tanto si coméis, como si bebéis, o hacéis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. No seáis escándalo para los judíos, ni para los griegos, ni para la Iglesia de Dios, como también yo agrado a todos en todo, sin buscar mi conveniencia sino la de todos los demás, para que se salven. Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo.
LA VICTORIA DEL AMOR
Antes de que llegue la hora de su Pasión, Jesús se dirige al Padre y le dice: “Yo te glorifiqué en la tierra habiendo terminado la obra que me diste que hiciera.” (Jn 17,4).
Jesús actúa en Nombre del Padre Celestial y nos muestra así hasta qué punto Él se preocupa por nuestra salvación, entregándonos su amor hasta el extremo: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). ¡Esta es la gran obra de la Redención!
Todo procede de Él!
1Re 12,26-32; 13,33-34
En aquellos días, Jeroboán se puso a pensar: “Ahora podría volver el reino a la casa de David. Si el pueblo continúa subiendo para ofrecer sacrificios en el templo de Yahvé en Jerusalén, el corazón del pueblo se volverá a su señor, a Roboán, rey de Judá, y me matarán.” Tras tomar consejo el rey, fabricó dos becerros de oro, y dijo al pueblo: “Basta ya de subir a Jerusalén. Éste es tu dios, Israel, el que te hizo subir de la tierra de Egipto.” Instaló uno en Betel y el otro en Dan. Esto incitó a pecar a Israel, porque unos iban a Betel y otros a Dan. Construyó también lugares de culto en los altos e instituyó sacerdotes del común del pueblo, que no eran descendientes de Leví.
LA DELICADEZA DEL AMOR
Vivir en una íntima relación con Dios Padre, tal como Él la desea e incluso la pide, conlleva una gran responsabilidad de nuestra parte. Pensemos en los sacerdotes, a quienes les ha sido encomendado el gran tesoro de los sacramentos. Fijémonos especialmente en el más grande de ellos, el Cuerpo de Cristo presente en el Sacramento del Altar. ¿Cómo lo trata el sacerdote? ¿Con suma reverencia y respeto o con cierta indiferencia y descuido? De alguna manera, podríamos decir que el Señor se entrega en sus manos, y él, por su parte, debe tener mucha delicadeza para corresponder de forma apropiada a la confianza que se le brinda.