“El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano” (Sal 36,23-24).
Aunque caminemos firmemente por las sendas del Señor y busquemos constantemente su Voluntad, no somos inmunes a los tropiezos. Por eso la Sagrada Escritura nos exhorta a no sentirnos demasiado seguros: “El que crea estar en pie, mire que no caiga” (1Cor 10,12).
Nuestro Padre permite que seamos tentados y puestos a prueba. No podemos quedar exentos de esta dimensión, porque nuestro Padre quiere hacernos madurar. Pero siempre podemos tener la certeza de que Dios “no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas” (1Cor 10,13). Él nos “proporcionará el modo de poder resistir con éxito” la tentación (v. 13b). Pero igual de cierto es que las pruebas llegarán, y que a través de ellas nuestro Padre quiere fortalecer nuestra resistencia.
Ahora bien, el Padre Celestial conoce exactamente en qué estado nos encontramos. Él sabe hasta qué punto puede ponernos a prueba y también sabe si estamos dispuestos a luchar. El verso del salmo que hoy hemos escuchado ciertamente hace alusión a un hombre presto al combate: en éste se complace el Señor y le asegura su asistencia.
Aquel que está dispuesto a luchar, que se levanta después de las derrotas, que se arrepiente cuando ha fallado, que no desespera en vista de sus debilidades, que se aferra al amor del Padre aunque no lo sienta: a él lo sostiene el Señor para que no tropiece. Lo tiene firmemente de la mano para que no caiga en el abismo y perezca.
Nuestro Padre se complace en asegurar nuestros pasos, sobre todo permitiéndonos experimentar una y otra vez su fidelidad y su cuidado por nosotros, porque sin su ayuda no podríamos resistir a los peligros. Por tanto, confiemos más en su auxilio que en nuestras propias fuerzas. Así, nuestros pasos estarán firmes a pesar de todas las tribulaciones.