Ayer nos habíamos enfocado en mostrar la importancia de la ascesis de los pensamientos, para que podamos obtener el dominio sobre ellos, y ser nosotros quienes decidamos qué clase de atención le damos a cada pensamiento. Después nos habíamos centrado en la lucha contra los pensamientos malos, a los que hay que combatir decididamente para que no ganen terreno.
Pero no son sólo los malos pensamientos los que nos asedian, queriendo robarnos la libertad. Más aún lo son aquellos pensamientos inútiles, el entretenerse demasiado en lo superficial de la vida, las noticias insignificantes, la lectura fugaz de todo lo que el mundo nos ofrece, particularmente en la actual dictadura del ruido, y todas las impresiones que los medios transmiten a nuestros sentidos.
En el camino de seguimiento del Señor, también se deben evitar los pensamientos inútiles voluntarios, o al menos limitarlos, porque ellos apartan nuestra atención de lo esencial.
Aquí se hace aún más profunda la decisión de querer alcanzar la pureza del corazón. A la luz del Evangelio, los pensamientos malos y destructivos son relativamente fáciles de detectar, y resulta evidente que hay que combatirlos. En cambio, para distanciarse de los pensamientos innecesarios, se requiere una decisión más profunda para el camino de la perfección. Además, hay que saber percibir la delicada voz del Espíritu Santo en el interior y reconocer el estado en que se halla el alma. Una frase de San Pablo nos da una pauta para esta dimensión más fina de la ascesis de los pensamientos: “Todo me está permitido pero no todo me conviene” (1 Cor 10,23).
El fin de la ascesis de los pensamientos no es sólo el de evitar aquellos que son pecaminosos; sino que además invita a la persona a refrenarse en los pensamientos lícitos, con el fin de que nuestra atención se dirija cada vez más a Dios y el alma adquiera una mayor libertad. También aquí es fundamental tomar una clara decisión interior. Esto podría inicialmente causar una crisis en nosotros, porque estamos acostumbrados a distraernos con pensamientos inofensivos, sin estar conscientes de las consecuencias espirituales que esto tiene.
Después de haber tomado una decisión de querer emprender el camino de la perfección, pueden aparecer sugestiones que quieren hacerte creer que, con tal decisión, perderás la alegría de la vida o la espontaneidad. El término “sugestión” aparece también en los Padres del desierto, refiriéndose, por ejemplo, a todo tipo de miedos que, en forma de intensos pensamientos y sentimientos, intentan influir en la decisión. Su meta es evitar que se ponga en práctica la resolución tomada, o, al menos, debilitar su realización. También San Juan de la Cruz advierte que a la firme decisión de avanzar en el camino de la perfección, suelen seguirle ataques intensos del Diablo.
Sin embargo, esta sugestión es un engaño, porque la meta de la ascesis de los pensamientos no es una represión obstinada y forzada de sí mismo; sino la de poder abrirnos más profundamente al amor de Dios. En el camino, se va intensificando la relación con el Señor, de manera que vamos adquiriendo una mesura interior, que se convierte en nuestro guía, e impide que nos dejemos llevar simplemente por las distracciones de los pensamientos. Al dar este paso, podría ser que inicialmente se atraviese por una especie de desierto interior, y se presenta la tentación de volver a nuestro acostumbrado modo de pensar.
Una gran ayuda para la ascesis de los pensamientos es la así llamada “oración del corazón”. Es una práctica que busca llevarnos a una constante oración. Así, también en los diversos quehaceres que no exigen toda nuestra concentración, podríamos continuar con la oración interior, de manera que el corazón y el entendimiento se van acostumbrando a ella. Un fruto de esta práctica es que vamos encontrándole más gusto a la oración, y el Espíritu del Señor nos refrena, para que no nos dejemos llevar por distracciones innecesarias y no perdamos el recogimiento en Dios. Esta “oración del corazón” es como repetir ciertas jaculatorias, pero no sólo de vez en cuando, en momentos determinados; sino de forma sistemática.
Si nos ejercitamos en la virtud de la templanza y en la ascesis de los pensamientos, estamos entrando en una fase en la que cooperamos activamente en el camino de la santificación. Y aquí entra la virtud de la prudencia, sobre la que hablaremos mañana…