“Las grandes ocasiones de servir a Dios son poco frecuentes; las pequeñas, en cambio, se nos presentan constantemente” (San Francisco de Sales).
El deseo de mostrar nuestro amor al Padre Celestial a través de grandes actos puede estar profundamente arraigado en nuestro corazón. En principio, nuestro Padre no nos negará las oportunidades de hacerlo. Pero la vida diaria nos ofrece incontables ocasiones de servir a nuestro Padre en lo pequeño y mostrarle así nuestro amor. Con la gracia de Dios, estos pequeños actos se sumarán en un gran tesoro que podremos llevar con nosotros a la eternidad. Todo lo que hayamos hecho por amor a nuestro Padre Celestial jamás será olvidado, sino que será guardado como oro en la cámara de su tesoro y nos alcanzará una gran cercanía a nuestro altísimo Señor en la eternidad.
A esto viene a añadirse otro aspecto: cuanto más atentos estemos a las oportunidades de servir al Señor y cuanto más despiertos nos volvamos así al amor, tanto más nos fortalecerá la gracia de Dios. De esta manera, a través de los actos pequeños nos volvemos más capaces de realizar los grandes actos del amor cuando se nos presente la ocasión: por ejemplo, dar testimonio del Señor aunque seamos rechazados e incluso dar la vida por Él.
Al estar atentos a las pequeñas ocasiones de servir al Padre, nuestra vida se volverá más brillante y ágil. Las oportunidades están siempre ahí: sean mostrando nuestro amor a Dios en la oración, sea intercediendo por otras personas en nuestras plegarias y preocupándonos por ellas con las obras, sea administrando con responsabilidad los tesoros que nos han sido confiados, sea trabajando en nuestro propio corazón para que se llene más de amor, sea la disposición de no evadir las pruebas, entre muchas otras cosas… Todo esto son valiosas oportunidades que nuestro Padre nos ofrece para hacer fructificar nuestra vida. ¡Para Él es una alegría vernos fervorosos en el amor!