St 4,13-17
Tened en cuenta una cosa los que decís: “Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí el año, negociaremos y ganaremos dinero.” ¿Cómo habláis así, si ni siquiera sabéis qué será mañana de vuestra vida? ¡Sois vapor de agua que aparece un momento y después desaparece! En lugar de decir: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”, os jactáis y fanfarroneáis, sin advertir que toda jactancia de este tipo es mala. Aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado.
¿Qué pasará mañana? Una pregunta que a algunos les preocupa; mientras que otros no piensan en ello. Otros tantos hacen planes, sin plantearse siquiera la posibilidad de que todo puede resultar distinto a lo que habían imaginado, y sin cuestionarse si esos proyectos corresponden a los planes de Dios.
Aplicada correctamente, la advertencia del Apóstol Santiago en la lectura de hoy no significa que uno deba tambalear en los proyectos sensatos que tenga; sino que quiere decir que, al fin y al cabo, sólo de Dios nos viene la última seguridad de nuestra existencia y de la ejecución de nuestros planes. Entonces, siempre hemos de dejar una puerta abierta para el actuar de Dios. En efecto, puede que sus planes sean distintos y que nosotros no los conozcamos aún. Esta actitud –que va más allá de decir sólo de boca una expresión como: “si Dios quiere”– nos une a Dios, queriendo someterlo todo a su bendición y a su sabia Providencia.
Hemos de seguir el consejo de nuestro Señor de concentrarnos en el día presente: “No os preocupéis del mañana, pues el mañana se preocupará de sí mismo: cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6,34). En efecto, cuanto más me esfuerzo por cumplir la Voluntad de Dios concretamente en este día, tanto más estaré preparando el día siguiente, si Dios me lo concede vivir. De ahí resulta una gran concentración y recibimos una creciente seguridad en los caminos del Señor: “Hoy es el día que me corresponde superar; hoy quiero caminar en las huellas del Señor; hoy quiero vivir como si mañana el Señor pudiera llamarme a la morada eterna…”
Otra exhortación de la lectura de hoy, nos llama a llevar nuestra vida con responsabilidad. Así dice el Apóstol: “Aquel que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado”. Estos son los así llamados “pecados de omisión”, que pueden ser de mucha gravedad. De hecho, el bien está ahí para que lo pongamos en práctica y, cuando lo hacemos, nuestro corazón se va modelando conforme a ese bien, de manera que la bondad de Dios puede reflejarse en nuestra vida.
¿Qué puedo hacer hoy de bueno? Éste sería un cuestionamiento que podría marcar nuestra vida. Si lo ponemos en práctica, no solamente podremos referirlo a nuestro entorno más cercano; sino que abarcará muchas situaciones a las que nos confrontemos. Ciertamente no podemos ayudar a todos en todo, pero sí hemos de estar atentos a las oportunidades que se nos presentan para hacer el bien.
Cuanto más naturalmente lo hagamos, con la gracia de Dios, tanto más se hará parte de nosotros, de manera que también nos resultará cada vez más fácil.
¡Pidámosle al Espíritu Santo que no dejemos pasar las ocasiones de hacer el bien! Así podremos dar gloria a Dios, reflejándolo a Él, que es la fuente de todo bien (Mt 5,16). Además, serviremos también a la otra persona y nos ayudará a nosotros mismos en el camino de seguimiento de Cristo.