Mc 10,42-45
En aquel tiempo, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos, y sus grandes las oprimen con su poder. Pero no ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos; que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.”
¡Cuán ciertas son las palabras del Señor de que muchas veces los que tienen el poder caen en la tentación de usarlo contra las personas y para sus propios intereses! La historia nos muestra incontables ejemplos de ello e incluso en nuestros tiempos, supuestamente más civilizados, en los que predomina el sistema de gobierno democrático, aún no ha sido superada esta tentación. De hecho, está profundamente arraigada en el hombre. Pero Dios mismo nos ofrece el remedio, en Su propio ejemplo: “Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.”
Quizá por naturaleza le sea relativamente fácil a una madre servir a su hijo desinteresada y amorosamente. Pero incluso esta “normalidad” amenaza cada vez más con perderse.
En la “escuela de Cristo” puede aprenderse el verdadero servicio; es decir, servir como el Señor mismo. Sabemos que incluso los discípulos discutían entre sí sobre cuál de ellos sería el mayor (Lc 22,24), en vista de lo cual el Señor les instruía insistentemente: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor.”
Entonces, ¿cómo podremos aprender este servicio desinteresado, que, en el caso del Hijo de Dios, lo llevó hasta dar Su vida?
Una manera de aprenderlo es lo que llamamos la “imitación de Cristo”… Se trata de interiorizar en nuestra meditación la forma de actuar del Señor, y aplicarla en situaciones concretas. Quizá nos ayude imaginarnos cómo habría actuado el Señor, o preguntarle directamente en la oración cómo hemos de actuar en tal o cual situación. Dios no dejará sin respuesta a un discípulo dócil, y también lo corregirá cuando no lo haya entendido correctamente.
En este aprendizaje de la forma de servir del Señor, se nos ofrece otra valiosa ayuda…
Sabemos que Jesús se unió a nuestra naturaleza humana a tal punto que todo cuanto hagamos de bueno por una persona, se lo hacemos a Él mismo:
“Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” (Mt 25,40)
El servicio a los “hermanos más pequeños” –es decir, a los pobres y necesitados–, es un ejercicio especialmente apropiado para adquirir el espíritu de servicio desinteresado. De hecho, podemos conectarlo directamente con el Señor. Cuando no podemos esperar nada a cambio de las personas y sólo el Señor es nuestra recompensa, el servicio brilla aún más y se torna verdaderamente grande a los ojos de Dios.
Hay otra forma más para aprender esta actitud de servicio, a la cual yo llamaría la forma más contemplativa. Ésta consiste en una unión cada vez más fuerte e íntima con Jesús, en el camino de seguimiento Suyo. Cuanto más crezca esta unión, cuanto más pueda actuar en nosotros el Espíritu Santo, tanto más natural se volverá la actitud de servicio. Entonces, por lo general ya no hará falta “entrenarse” con la mera voluntad, sino estar atentos a las mociones del Espíritu y ponerlas por obra.
Quizá el resultado de esta última forma de aprendizaje –aunque pertenece más bien al orden sobrenatural– pueda compararse con el cuidado y servicio natural de una madre por su hijo. El servicio se vuelve natural, y puede alcanzar aquellas alturas de las que el Señor mismo nos dio ejemplo.