Jn 21,1.15-17 (Lectura correspondiente a la memoria de San Pío V)
En aquel tiempo, volvió a aparecerse Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Cuando acabaron de comer, le dijo Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dijo: “Apacienta mis corderos.” Volvió a preguntarle por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Le dijo: “Pastorea mis ovejas.” Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez: ‘¿Me quieres?’, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero.” Le dijo Jesús: “Apacienta mis ovejas.”
Para la meditación de hoy, escogí el evangelio previsto por la Iglesia para la memoria del Papa San Pío V.
Vale la pena echar un vistazo a este santo pontífice, incansable obrero en la viña del Señor y verdadero pastor de la grey de Dios. Se dice que algunos de sus contemporáneos le tenían miedo, ante lo cual Pío V habría dicho la siguiente frase: “Con la ayuda de Dios, espero gobernar de tal manera que el luto sea mayor cuando muera que cuando fui escogido Papa.” ¡Y efectivamente fue así!
Antonio Ghislieri (ese era su nombre de pila) nació en 1504 en la localidad piamontesa de Bosco, en el seno de una familia pobre. Teniendo apenas 14 años entró en la Orden de los Predicadores (Dominicos), tomando el nombre de “Michele”. Fue ordenado sacerdote y, posteriormente, elegido prior. Era la época en que se estaba difundiendo el protestantismo. El padre Michele fue nombrado inquisidor de las diócesis de Como y Bérgamo. Después fue llamado a Roma, donde fue elegido comisariado del Santo Oficio. Toda su actividad se enfocó en preservar la pureza de la fe y de la moral.
Posteriormente el Padre Michele fue ordenado obispo y, poco después, nombrado cardenal y Gran Inquisidor. Sin embargo, su oposición al Papa Pío IV por actos de nepotismo, hizo que fuera trasladado de Roma a la sede de Modovì. Como obispo de dicha diócesis, se dedicó a su reforma. El 7 de enero de 1566 fue elegido Sumo Pontífice.
El nuevo Papa, que había tomado el nombre de Pío V, llevó la vida de un dominico pobre y sencillo, distinguiéndose así de muchos de sus predecesores, los Papas del renacimiento y humanismo.
Entonces, ¿cuál habrá sido el motivo de que sus contemporáneos le temieran? Probablemente fue por el hecho de que Pío V procedió decididamente contra las falsas doctrinas y sus representantes, así como también por la vida ascética que llevaba y que esperaba de toda la Iglesia. Ciertamente esto despertó susto en ciertos círculos…
Sin embargo, Pío V demostró ser un Papa que verdaderamente amaba a Dios y a la Iglesia, y que cuidaba de sus ovejas. Fue precisamente este amor el que le movía a velar sobre la pureza de la doctrina católica y a proceder decididamente contra las herejías. Tampoco cerraba sus ojos ante las irregularidades en el clero y el pueblo cristiano.
Pío V, el Papa de las reformas tridentinas, estaba convencido de que toda auténtica reforma debe comenzar “en la propia casa”, por así decir. Por tanto, sólo nombraba cardenales en su círculo más cercano de colaboradores a hombres fidedignos. Puso todo su empeño en corregir los abusos. Se preocupaba especialmente de promover la vida religiosa y moral de los fieles romanos, de mejorar la situación del clero, de crear seminarios para la formación sacerdotal, conforme a lo prescrito por el Concilio de Trento; de que se observase el celibato y la clausura de las órdenes religiosas, así como de muchos otros asuntos de la vida de la Iglesia, a los cuales se dedicó con valentía y determinación.
En el año 1570 se estableció el “Missale Romanum” (que contiene todas las oraciones y textos para la celebración de la Santa Misa) como vinculante para la liturgia de toda la Iglesia Católica, para así evitar los abusos y las influencias protestantes. Este rito, comúnmente llamado “Misa Tridentina”, debía ser observado “por la perpetuidad de los tiempos”, conforme a las palabras de Pío V; y se prohibió que jamás fuese modificado (Bula “Quo Primum Tempore”, n. 5). A esto se atuvo la Iglesia hasta el Concilio Vaticano II. En nuestros días, algunos sacerdotes y fieles que quieren preservar la Tradición, apelan a este decreto que en aquel entonces fue promulgado por Pío V, para proteger la Misa Tridentina, que después de la reforma litúrgica de 1970 a menudo fue vista con sospecha e incluso perseguida.
Fue el Papa Benedicto XVI quien tomó las medidas necesarias para que la Misa Tradicional tenga su sitio en la vida de la Iglesia Católica, en “pie de igualdad” con el así llamado “Novus Ordo”. Lamentablemente en el episcopado y en el clero actual, a menudo marcados por el modernismo, la forma extraordinaria del rito romano encuentra poco aprecio, de modo que recientemente el Papa actual volvió a establecer considerables restricciones a su celebración.
Ante la amenaza de los musulmanes turcos para Europa, el Papa Pío V renovó la “Liga Santa” con España y Venecia. Esta alianza había sido establecida en 1511 por el Papa Julio II.
En el año 1571 tuvo lugar la famosa Batalla de Lepanto, que, a pesar de la superioridad de las flotas turcas, terminó con la victoria de la “Liga Santa”. Este triunfo se le atribuyó a la Virgen María y a los esfuerzos del Papa Pío V, quien llamó a toda la cristiandad a rezar el Santo Rosario para pedir la intervención divina en aquella situación desesperada.
Como dominico, Pío V enriqueció su Pontificado con una profunda vida de oración, que fue fecunda para toda la Iglesia. Una verdadera reforma, impulsada por el Espíritu Santo, siempre tendrá en vista la profundización de la vida espiritual y eclesial. Ciertamente conviene mejorar las estructuras de tiempo en tiempo, pero si estos esfuerzos no van de la mano con la lucha por la santidad de todos los miembros de la Iglesia, no traerán una verdadera mejora.
Nosotros, los católicos, tenemos una gran riqueza, que debemos cuidar y proteger. Esto es tan importante en nuestros días como lo fue en tiempos de Pío V. La renovación de la Iglesia, que es tan necesaria, no puede darse con la mirada puesta en el mundo ni adaptándose a su espíritu. Debe proceder de Dios y fortalecer la dimensión contemplativa, apostólica y caritativa de la Iglesia.
No podemos cansarnos de agradecerle al Señor por el Papa San Pío V, quien condujo a las buenas praderas a las ovejas que le habían sido encomendadas y nos dejó un extraordinario ejemplo.