«Un amor que no conoce el sufrimiento no es digno de ese nombre» (Santa Clara de Asís).
Puesto que en nuestra vida terrenal el amor está asociado al sufrimiento, algunas personas no quieren arriesgarse a amar. Temen ser heridas y mantienen su corazón en una «zona segura», de modo que se sienten protegidas. Sin embargo, la esencia del amor es distinta. Así como nadie puede ir a la guerra sin estar dispuesto a resultar herido, nadie puede pretender amar sin estar dispuesto a sufrir. El amor es el tesoro más hermoso y noble. Pero no se lo puede adquirir como una realidad duradera en nuestra vida terrenal si no aceptamos sus condiciones.
El amor puede ser rechazado, herido, incomprendido e incluso ridiculizado; puede ser considerado una debilidad y estar expuesto a diversos malentendidos. Pero todo eso no debe impedirnos amar. El mejor ejemplo nos lo dio el Hijo de Dios. Gozando de una gloria inimaginable, quiso abajarse y hacerse hombre para cumplir la voluntad del Padre y redimir a la humanidad. La única motivación fue el amor que Dios nos tiene. Quería conducir a sus hijos de la confusión hacia la luz, de la sombra de la muerte hacia la vida eterna.
En su omnisapiencia, nuestro Padre sabía que muchas personas no comprenderían su amor e incluso lo rechazarían. Pero eso no le detuvo. Así lo expresa Él mismo en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio:
«Aun estando cerca de mí, los hombres ignorarán mi presencia. En mi Hijo me maltratarán, a pesar de todo el bien que les hará. En mi Hijo me calumniarán y me crucificarán para matarme. Pero, ¿me detendré por esto? ¡No, mi amor por mis hijos, los hombres, es demasiado grande!»
¡Así es nuestro Padre!
Si le seguimos, Él nos dará la fuerza para amar y estar dispuestos a soportar el sufrimiento que conlleva.