AMOR DESINTERESADO

“Desde la creación del hombre, ni un solo instante he dejado de estar cerca de él. Como su Creador y Padre, siento la necesidad de amarlo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Asimilemos profundamente hasta qué punto nos ama el Padre, con total desinterés. Dios no nos necesita para sí, porque es perfecto en sí mismo y no carece de nada. Así lo describe en el Mensaje a Sor Eugenia: “No es que yo lo necesite, pero mi amor de Padre y Creador me hace sentir la necesidad de amar al hombre.”

Desde siempre hemos sido deseados por nuestro Padre:

“Yo soy el Eterno, y cuando vivía solo ya había resuelto desplegar toda mi Omnipotencia para crear seres a mi imagen” –dice en el Mensaje, y las Sagradas Escrituras atestiguan en el salmo 138: “Mis huesos no se te ocultaban cuando era formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra. Mi embrión veían tus ojos” (v. 15-16a).

La seguridad del amor que el Señor nos ofrece, sabiéndonos deseados y amados desde siempre por Él, teniendo la certeza de que Él trazó un camino para nosotros, puede elevarnos y sanar profundamente nuestro corazón. Nuestro valor como personas, que nos viene de Dios mismo –incluido el sacrificio del Hijo de Dios, ofrecido por amor al Padre y a nosotros–, nos da una idea del infinito amor con el que nuestro Padre nos mira.

De esta meditación del amor de Dios podemos aprender otra cosa importante para nuestra vida espiritual: cuanto más seguros estemos del amor de Dios, cuanto más descubramos la verdadera libertad en Cristo –“Si el Hijo os da libertad, seréis realmente libres” (Jn 8,36); “Sólo Dios basta” (Santa Teresa de Ávila)–, tanto más podremos aplicar en nuestras vidas este amor desinteresado de Dios, sirviéndolo a Él y a nuestro prójimo sin buscar nuestra propia conveniencia.