Jn 15,12-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.”
Los discípulos están llamados a entrar en una amistad con el Señor, que va más allá de una relación de discípulo a maestro. Amistad significa conocer el corazón del otro y también confiarse plenamente a él. Si ya en el plano humano se trata de un amor maravilloso, ¡cuánto más lo será la amistad con Jesús mismo!
En las amistades humanas se pueden experimentar decepciones, a causa de nuestra debilidad; pero no así en la amistad con Jesús. Él no está sujeto a cambios ni fluctúa. La única manera de perder su amistad es si uno mismo la rompe.
La amistad con Jesús abarca aspectos particulares. Como hemos escuchado en el evangelio, se relaciona de manera especial con el cumplimiento de la misión encomendada: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os pido”.
Entonces, Jesús hace a sus amigos partícipes de su misión, que representa lo más importante para él: cumplir la Voluntad del Padre. En el corazón de Jesús arde el amor a la Voluntad del Padre: cumplirla es su alimento (cf. Jn 4,34). En la hora más difícil de su vida terrena –la agonía en Getsemaní–, cuando le invade la angustia ante la muerte, se mantiene firme en su decisión de cumplir la Voluntad del Padre: “No sea como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26,39).
Una verdadera amistad con Jesús significa, entonces, adentrarse en su gran amor por el Padre; un amor que Él transmite a sus amigos y que está íntimamente relacionado con la obra de la salvación.
Hay otro aspecto particular a considerar en la amistad con Jesús: Mientras que nosotros, los hombres, solemos hacer amistad con las personas que encontramos en nuestro camino, el Señor elige conscientemente a los suyos: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido.”
Esto nos deja en claro que es Jesús quien toma la iniciativa y nosotros, al entrar en una amistad con Él y seguirlo, correspondemos a su elección. Esto puede darnos una seguridad aún más grande en nuestra amistad con Él, sabiendo que fue la Providencia divina la que la dispuso.
¿ Puede acaso haber una amistad más profunda que aquella que brota del corazón de Dios? ¿Puede haber una invitación más profunda que la de ser insertados con Jesús en el Corazón de Dios? Por eso, nada debe anteponerse a la amistad con Jesús.
“Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”.
La amistad con Jesús, que es una expresión especial de amor, ha de extenderse también a sus discípulos. Así, el amor mutuo está fundado en la amistad común que tenemos con Jesús y en Jesús. ¡Somos amigos de Dios, y esto nos permite modelar nuestras relaciones humanas conforme al amor de Cristo!
Escuchamos que el Señor nos dice que debemos amarnos unos a otros con el mismo amor que Él nos tiene. Se trata incluso de un mandamiento, una instrucción de Jesús. Pero, ¿cómo podremos ponerlo en práctica concretamente, cuando nos chocamos una y otra vez con las limitaciones en nuestra pobre capacidad de amar?
En primera instancia, debemos estar conscientes de que, para cumplir este mandamiento del Señor, necesitamos un amor sobrenatural, un amor que procede de Dios. En el amor que Jesús nos tiene, están contenidos a plenitud todos los aspectos del amor: tanto los humanos como los espirituales. Por eso, podemos recurrir a Él para pedirle este amor. La calidad de nuestro amor aumentará en la medida en que profundicemos nuestra relación con el Señor.
Nuestra creciente unión con Dios en el camino de seguimiento de Cristo, hace madurar un amor tal y permite que el amor a nuestro hermano se nos vuelva natural. Éste se renovará constantemente a partir del amor que nos viene de Dios a través de su Palabra, de los sacramentos y de la acción del Espíritu Santo en nuestro interior.
Si vivimos en tal unión y nos esforzamos sinceramente por poner en práctica el mandamiento del Señor de amarnos los unos a los otros, entonces entenderemos fácilmente esta palabra de Jesús: “Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederá”.
En efecto, si tenemos esta unión profunda con Dios, pediremos lo correcto y Él podrá darnos todo cuanto tiene preparado para nosotros.