“[Un ángel] gritó con voz potente: ‘¡Cayó, cayó la gran Babilonia!’ (…) Alégrate, cielo, por su desastre; y también vosotros, santos, apóstoles y profetas, porque, al condenarla a ella, Dios ha juzgado vuestra causa.” (Ap 18,2.20).
Consideremos a Babilonia como símbolo de los poderíos hostiles a Dios, con los que “fornicaron” los reyes de la tierra y de cuya caída se lamentan las naciones, porque “en una sola hora ha sido arrasada” (v. 19).
Por muy poderoso que se presente el mal, olvidando en su orgullo que un día tendrá que rendir cuentas a Dios; por mucho que sus aliados se sientan como los gobernantes del mundo, el fin les cogerá por sorpresa. El “Día del Señor” llegará para ellos como ladrón en la noche (2Pe 3,10), porque la verdad exige su derecho.
Toda casa que no esté edificada sobre el cimiento de Dios se derrumbará y no podrá sostenerse. Todos los reinos humanos que desprecien los mandamientos de Dios están condenados al fracaso. Sólo la conversión y el retorno al Padre a través del perdón de los pecados por la sangre de su Hijo podrá salvar a los hombres. Quien se cierre deliberadamente a este perdón, vive en la ilusión y en el engaño. Todos tendrán que rendir cuentas ante el Hijo del Hombre, y entonces verán su vida a la luz de Dios y recibirán su sentencia.
Cuando al Final de los Tiempos se lleve a cabo el juicio sobre los poderíos hostiles a Dios y el Diablo, la bestia y el falso profeta sean arrojados al lago de fuego y azufre (Ap 20,10), esto será motivo de gran alegría.
Es la alegría de que la victoria del Cordero se ha consumado y ha sido aniquilado el reino de la mentira y de la rebelión contra nuestro Padre Celestial.
Nuestro Padre separará entonces la luz de las tinieblas: “No entrará [en la ciudad santa] nada profano, ni el que comete abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero” (Ap 21,27).
¡Alegraos, porque el Señor realizará todo esto!
Aún no ha concluido la hora de gracia para la humanidad, pero el tiempo apremia y urge volver a nuestro Padre amoroso. Él nos ha allanado el camino por medio de su Hijo, cuyo Nacimiento celebraremos muy pronto.