Sal 145, 1-2. 6b-7. 8-9a. 9bc-10
Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos.
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
¡El Señor se apiada de la necesidad y angustia de los hombres! Éste es el mensaje de este salmo, por lo cual es un cántico de consuelo para todos aquellos que sufren bajo las circunstancias de su vida. Es el mensaje de que el Señor no se ha olvidado de ellos, y está cerca de todos los que lo necesitan de forma especial. Muchas veces su único consuelo será el Señor, mientras que quizá las otras personas se hayan olvidado de ellos o incluso sean culpables de sus sufrimientos.
Pero la bondad y la justicia no solamente han de manifestarse en el Señor; sino que en muchos pasajes de la Sagrada Escritura Él exhorta a los hombres a hacer lo mismo. También ellos han de apiadarse de las otras personas, así como el Señor mismo lo hace (cf. Lc 6,36). En ellos ha de resplandecer la caridad y la bondad de Dios. En base al Nuevo Testamento, sabemos bien que el Juicio Final se centrará en nuestras obras de misericordia hacia los pobres, con quienes el Señor mismo se identifica (cf. Mt 25,31-46).
De acuerdo al calendario litúrgico tradicional, se celebra hoy a San Francisco Caracciolo. Vivió en el siglo XVI. A los 22 años cayó gravemente enfermo, y entonces le prometió a Dios que, si lo curaba, se haría sacerdote. Así sucedió, y, habiendo llegado al sacerdocio, se dedicó a atender a los presos en las galeras. Aunque el santo no podía liberarlos físicamente, fue un gran consuelo para ellos. Algo especialmente conmovedor es que Francisco acompañaba a los condenados a muerte hasta el lugar de la ejecución. En una descripción de su vida dice lo siguiente:
“San Francisco Caracciolo vivía las horas más amargas cada vez que tenía que acompañar a un criminal hacia la ejecución. La noche anterior la pasaba en la celda de la prisión junto al condenado. Lloraba y oraba con el reo de muerte, y escuchaba su última confesión. De camino al lugar de la ejecución, iba lado a lado con aquel pobre hombre, y lo fortalecía para el terrible momento que le esperaba. Después de que la sentencia había sido ejecutada, Caracciolo solía quebrantarse (derrumbarse) interiormente (zusammenbrechen), pues tales experiencias atacan el corazón.
San Francisco Caracciolo también fue fundador de la congregación de los “Clérigos regulares”. Fomentó la veneración de la Santa Eucaristía e introdujo en su comunidad la adoración perpetua. En las mañanas, toda la comunidad rezaba una hora ante el Santísima, y en las tardes cada uno ocupaba una hora a solas.
Ciertamente en la adoración el santo recibía la fuerza para ejercer este difícil ministerio pastoral, pues era, en efecto, un servicio a los pobres, reflejo de lo que habíamos escuchado en el salmo sobre el actuar de Dios. Así, nos muestra cómo también nosotros podemos prestar nuestro servicio a los necesitados, y nos señala de dónde viene la fuerza para ello. De hecho, hay tanta necesidad; y si Dios nos exhorta a no cerrar los ojos ante ella, sino a apiadarnos de los que sufren, entonces también nos dará la gracia para hacerlo de forma correcta. Entonces, podemos confiar en que, con la gracia de Dios, sabremos andar por el camino del justo y que su amor nos acompañará siempre.
Como nos enseña nuestra fe católica, no solamente debemos realizar las obras de misericordia corporales, sino también las espirituales. Y en efecto: ¡cuánta necesidad espiritual existe! Los hombres están hambrientos también del pan espiritual, que hoy se les brinda cada vez menos. ¡Cuántos están atrapados en miedos y en adicciones! ¡Cuánta ceguera existe en la humanidad en cuanto a la verdad y a cómo debe vivirse conforme a la Voluntad de Dios!
Tanto el salmo de este día como también la vida de San Francisco Caracciolo nos hacen ver algo importante: La alabanza de Dios y la oración han de acompañar a las obras de misericordia. De ahí nos viene la gracia de poder hacer el bien con constancia, para glorificar a Dios y servir a los hombres. Así, mucho más allá de nuestras fuerzas humanas y de nuestra buena voluntad, nos hacemos capaces de realizar obras que nos superan con creces, tal como sucedió con Francisco Caracciolo. Pero también glorificamos a Dios al estar sencillamente atentos todos los días a la necesidad del prójimo e intentar remediarla en la medida de nuestras posibilidades. ¡Así cumplimos el mandamiento del amor al prójimo (cf. Mt 22,39)!