“Haz que te encuentre siempre en vela, para que pueda contar contigo a toda hora” (Palabra interior).
Nuestro Padre quiere tomarnos totalmente a su servicio. Para ello, necesita que estemos en vela; es decir, enfocados en Él. Por eso es importante que trabajemos en nuestra disposición interior, para que estemos prontos a asimilar todo aquello que nuestro Padre quiere confiarnos.
Esta vigilancia procede del Espíritu Santo, que es el amor que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,5). El verdadero amor despierta al hombre y lo dispone a querer servir a este amor. Podemos verlo en el plano humano. Cuando uno ama a una persona, está totalmente pendiente de ella. Esto se aplica aún más a la relación con Dios.
Entonces, si queremos cumplir la exhortación inicial, debemos vivir en comunión íntima con el Espíritu Santo y darle permiso para llamarnos siempre y amonestarnos cada vez que estemos en peligro de dormirnos espiritualmente y perdernos en las cosas de este mundo.
Nuestro noble Señor quiere poder fiarse de nosotros, más aún, contar con nosotros para llevar a cabo su plan de amor. Es cierto que nuestro Padre hace la parte esencial, y que lo mejor que nosotros podemos hacer es no obstaculizar la obra del Espíritu Santo; pero incluso este “no obstaculizar la obra del Espíritu Santo” exige una gran vigilancia de nuestra parte, para escuchar sus amonestaciones y hacer a un lado los obstáculos que pueden interponerse.
Una vez que hemos atravesado las primeras purificaciones, podremos cooperar más ágilmente con el Espíritu Santo y cumplir más fácilmente la Voluntad de Dios. Entonces nuestro Padre podrá fiarse de nosotros, y una vez que haya fortalecido nuestro corazón arraigándolo en el suyo, podrá contar realmente con nosotros.
Entonces, cuando nuestro Padre pregunte: “¿A quién enviaré?”, nosotros podremos responder: “Yo mismo: envíame” (Is 6,8).