Sal 90, 1-2.10-11.12-13.14-15
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.”
No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.
Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones.
“Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.”
En la Iglesia, cada domingo se reza este salmo en la oración de completas, antes del descanso nocturno. Así, la luz de la confianza atraviesa lo desconocido y a veces temible de la oscuridad. Esto cuenta para todas las situaciones de vida que parecen ser inseguras y en las que ignoramos lo que nos espera. ¡Podemos refugiarnos bajo el amparo del Altísimo, que está siempre presto a acogernos y ante quien nada está escondido!
Así, en este salmo disponemos de una oración que nos ayudará a tener presente la mano protectora de Dios, que tanto necesitamos para nuestra existencia. Sería un falso y ciego orgullo el confiarse de las propias fuerzas y no estar realmente consciente de los peligros. Basta con escuchar las diversas amenazas que enumera el salmista, sin minimizarlas de ninguna manera: la red del cazador, la peste funesta, las saetas que vuelan, los leones y dragones… Recordemos que el Diablo anda “como león rugiente, buscando a quién devorar” (cf. 1Pe 5,8). Pero esta clara descripción de la realidad no debe hacernos sucumbir en la desesperanza, ni en resignación o desánimo. ¡Antes bien, en la fe se supera todo esto! No estamos desprotegidos, indefensos y a merced de los peligros; sino que Dios es el refugio, el alcázar, el Salvador, Aquel que preserva de la desgracia y conoce todas las situaciones. Esto quiere decir que la realidad de Dios supera la incierta e insegura realidad de nuestra vida. “En el mundo tendréis tribulación, -nos dice el Señor- pero, ¡ánimo!: yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
El salmo quiere darnos a entender esto sin dejar lugar a dudas. Entonces, queda claro que sólo al vivir en la plena realidad -lo que incluye la sobrenatural- se podrá tener la visión apropiada y la actitud correcta en la vida. Si sólo mirásemos los peligros, se desvanecería la esperanza y perderíamos de vista a Dios. Si, por el contrario, cerramos los ojos ante los peligros, nos volveríamos ingenuos e imprudentes. Entonces, hemos de encontrar la actitud adecuada: reconocer atentamente, por un lado, las adversidades que acechan la existencia humana; pero, al mismo tiempo, mantener el corazón siempre unido a Dios, a Aquél que es capaz de revertirlo todo en bien.
Sería muy provechoso aprender de memoria este salmo, porque en cualquier situación difícil nos recordará que contamos con la ayuda de Dios. La oración nos ayudará a cobrar valor en toda circunstancia, nos hará estar conscientes de la presencia de Dios y nos devolverá la esperanza. No olvidemos que los poderes del Mal son los que quieren desanimarnos, mostrándose como si ellos fuesen los que tienen el dominio. Pero el Señor ha dado órdenes a sus ángeles para que nos custodien en nuestros caminos… Y esta seguridad no cuenta sólo para el Hijo Amado de Dios, a quien, como dice el pasaje evangélico de este día, se le acercaron los ángeles para servirle, después de haber sido tentado (cf. Mt 4,11); sino que cuenta también para todos aquellos que le pertenecen…