«¡Abandónate completamente a la guía de Dios!» (Palabra interior).
Nuestro Padre quiere conducir cada vida que Él ha creado hacia la destinación que le confirió. Cuando una persona se somete en obediencia a Él, cumple el requisito indispensable para aprender a comprender las instrucciones del Señor. Las entenderemos cada vez más sutilmente en la medida en que percibamos la presencia del Espíritu Santo en nosotros y pongamos en práctica estas palabras de Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33).
Cuanto más se intensifique nuestro camino de seguimiento de Cristo y crezca la relación de confianza con el Padre –que tan ardientemente Él desea–, tanto más cambiará el enfoque de nuestra vida. Mientras que antes solía estar más basada en nuestros propios esfuerzos y no pocas veces buscaba todo tipo de seguridades, ya sean materiales, afectivas o espirituales, ahora nos desprendemos cada vez más de nosotros mismos y nos anclamos en Dios. Nuestros ojos interiores se abren y reconocemos la sabiduría de la guía de Dios en nuestra vida. Nos deleitamos e incluso quedamos extasiados ante tanta sabiduría, hasta el punto de entregar con gran convicción las riendas de toda nuestra vida en las manos de Dios.
Entonces empezamos a movernos en un suelo firme, que antes solía parecernos inseguro, cuando preferíamos tener el control en nuestras propias manos. Así empezamos a superar los miedos que estaban profundamente arraigados. Nos preparamos desde ya para la última hora de nuestra vida, en la que habremos de depositar todo en las manos de Dios. Empieza una etapa nueva, que, no obstante, resulta familiar para nuestra alma: un despertar más profundo. Debemos colocarnos conscientemente bajo la amorosa guía de nuestro Padre Celestial, y así realizaremos lo esencial de nuestra existencia.
¿Y nuestro Padre? Él nos dirá: “Ahora has despertado, y así podremos avanzar mucho más rápidamente.”