AFERRARSE AL AMOR DEL PADRE

“En su infinita bondad, Dios nunca abandonará a aquellos que no quieren abandonarlo” (San Francisco de Sales).

Si nuestro corazón y nuestra voluntad están centrados en Dios y permanecen en Él, entonces –gracias a su fidelidad– no puede pasarnos gran cosa. Esto se aplica incluso cuando sufrimos repetidas derrotas a causa de nuestras debilidades y malas inclinaciones que no hemos superado aún. Lo importante es que volvamos al Padre y no dejemos que el pecado o la debilidad nos alejen o nos desanimen hasta el punto de creer que ya no podemos volver a Dios o que Él se ha apartado de nosotros.

Sin duda, nuestro Padre se aparta del pecado, pero no del pecador, a quien siempre quiere salvar. Se podría decir que, por su infinito amor, en cierta manera ni siquiera puede darnos la espalda. Es el amor mismo el que se lo impide. En el Libro de Oseas dice: “¿Cómo podré abandonarte, Efraím?, ¿cómo entregarte, Israel? (…) Mi corazón se conmueve dentro de mí, se enciende mi compasión” (Os 11,8).

Entonces, con la gracia de Dios debemos procurar permanecer centrados en nuestro Padre, nunca alejarnos deliberadamente de él ni atar nuestro corazón a algo o a alguien hasta el punto de desviarnos del camino. Nuestro Padre nos concederá todo lo necesario para lograrlo.

La frase de San Francisco de Sales resulta particularmente importante para nosotros cuando nos encontramos en una profunda crisis y nos parece que el acceso a nuestro Padre está como bloqueado. En tales circunstancias, se nos presentan todo tipo de sustitutos para ocupar el lugar de Dios en nuestro corazón y confundirnos.

Por ello, hemos de aferrarnos a la certeza de que nuestro Padre no nos ha abandonado ni nos abandonará, aunque sea en un acto de la voluntad a secas y sin sentimientos de alegría. Una simple mirada hacia Él junto con las palabras: “Padre, quiero permanecer contigo” se convertirían entonces en una luz en la oscuridad.