AFERRARSE A LA PALABRA DE JESÚS

“Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará” (Jn 14,23).

Jesús no se cansa de mostrar a sus discípulos –y, por tanto, también a nosotros hoy– su unidad íntima con el Padre Celestial. Los hombres han de reconocer que fue el Padre quien lo envió, y que todo lo que el Hijo dice y hace es por encargo de su Padre.

Así sucede con cada palabra que Jesús pronuncia: quien se aferra a ella vive en el amor del Padre; quien no se aferra a ella, en cambio, no ama a Jesús y, por tanto, tampoco puede vivir en el amor del Padre.

Por hermosos y buenos que sean los sentimientos, hay que constatar que el amor a Jesús y al Padre no sólo es un amor sentimental, sino que se trata ante todo de la decisión de nuestra voluntad de escuchar a Jesús y de aferrarnos a sus palabras.

Esto significa defender su palabra contra todo ataque interior, ya sean dudas, tentaciones, etc.; así como también contra todo ataque de fuera, como las falsas doctrinas –vengan de quien vengan– que quieren relativizar o falsificar sus santas palabras.

Esta adhesión a la palabra de Jesús es particularmente importante en tiempos de confusión, cuando nuestro entorno no comparte naturalmente nuestra fe e incluso hay que contar con ataques dentro de la Iglesia. Al mismo tiempo, se vuelve tanto más meritorio y ciertamente nuestro Padre se complace aún más en que permanezcamos fieles a la palabra de Jesús en tiempos de tribulación. El Padre mismo nos dará la gracia para ello, pues en el Monte Tabor nos dio este inolvidable precepto:

“Éste es mi hijo amado; escuchadle” (Lc 9,35).