Adviento en tiempos apocalípticos – Parte IV: “Una luz en medio de la oscuridad”  

En medio de la oscuridad, brilla una luz… Es la luz resplandeciente de la fe, que nos guía a través de las tinieblas que nos rodean en la actualidad. La fe no se deja perturbar, sino que sigue alabando la Venida de Cristo, su Nacimiento en Belén. Esta misma fe nos hace vigilantes para no pasar por alto los signos de los tiempos y estar preparados para el Retorno de Cristo.

La Sagrada Escritura nos enseña que la Segunda Venida de Cristo estará precedida por la manifestación del Anticristo (2Tes 2,3). Pero, así como desconocemos el día y la hora del Retorno del Señor, tampoco sabemos el momento en que aparecerá el Anticristo, aquel que pretenderá sentarse en el Trono de Dios (2Tes 2,4). Sin embargo, la oscuridad actual con su carácter anticristiano debería sacudirnos y despertarnos para asumir el lugar que Dios nos ha asignado en el combate espiritual.

La confusión de estos tiempos nos enseña a depositar toda nuestra confianza en Dios, en lugar de ponerla en los “príncipes, seres de polvo que no pueden salvar” –como nos dice el salmo (Sal 145,3). ¡Dios es la única seguridad! Si damos este paso de fe de abandonarnos solamente en Él, podremos ser una gran luz para los fieles y liberarnos del peligro de buscar nuestra seguridad allí donde jamás podremos encontrarla.

Nosotros, los fieles, debemos armarnos de valor y aprovechar y defender la belleza y claridad de nuestra santa fe católica. Por amor a Dios y a los hombres tenemos que dar testimonio. La humanidad lo necesita para entrar en contacto con la luz que brilló sobre Belén cuando el Señor vino al mundo, y para encontrar la fe en Él.

En el combate espiritual que estamos llamados a librar contra los poderes de las tinieblas, nos ayudará aferrarnos a estos cuatro pilares que nos señalan una clara dirección:

  • Permanecer fieles a la auténtica doctrina de la Iglesia.– Esto significa que no debemos dejarnos contagiar por ningún modernismo que oscurezca la clara luz de la doctrina.
  • Vivir y defender la enseñanza moral de la Iglesia, sin dejar que sea alterada o relativizada.
  • Permanecer fieles a la misión que Jesús confió a la Iglesia, es decir, anunciarlo a Él como el único Salvador de la humanidad. En ningún diálogo con otras religiones puede pasarse por alto esta verdad, si se lo quiere hacer conforme a la Voluntad de Dios.
  • Luchar sinceramente por la santidad.

Si interiorizamos estos cuatro pilares y nos atenemos a ellos, tendremos nuestro cimiento firme sobre la roca de la Iglesia y podremos hacer frente a los espíritus del mal con la fuerza del Señor.

La relación profunda con la Virgen María, la “vencedora en todas las batallas” nos mostrará exactamente por cuáles virtudes hemos de luchar, virtudes que amenazan a los poderes del mal en su arrogancia: la humildad, la pureza, la sencillez de corazón…

Del arsenal de la Iglesia podemos extraer un sinnúmero de armas: el Santo Sacrificio de la Misa, el Santo Rosario, las gracias sacramentales, el breviario, oraciones de reparación, letanías, la oración del corazón, entre muchas otras. Todos estos tesoros nos servirán como armas espirituales contra la maldad de las tinieblas.

Aunque seamos un pequeño rebaño –y tenemos que irnos acostumbrando a esta perspectiva en relación a la Iglesia militante–, es éste el ejército del Cordero (cf. Ap 7,9), que permanece del lado del Señor cuanto éste triunfa sobre todo lo que se opone al amoroso reinado de Dios. En vista de la fidelidad y entrega de los Suyos, el Señor protegerá a su Iglesia y no la dejará a merced de sus enemigos, ya sean de fuera o de dentro. Aunque la serpiente levante su cabeza en medio de la Iglesia, intentando proliferar el veneno de la falsa doctrina y praxis, será derrotada por aquella que la pisoteará (Gen 3,15). Con paciencia y confianza esperaremos su triunfo.

El tono serio de estas meditaciones se debe a la gravedad y a la dimensión apocalíptica del tiempo actual. La vigilancia y la alegría se complementan bien, y la Sagrada Escritura nos exhorta una y otra vez a la sobriedad y a la vigilancia (1Pe 5,8). No debemos embriagar nuestros sentidos ni con bebidas ni con ilusiones de todo tipo. El Señor nos guiará y sostendrá en estos tiempos, y nosotros estamos a llamados a serle fieles hasta la muerte (Ap 2,10). “La alegría del Señor es nuestra fuerza” (Neh 8,10).

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