Adviento en tiempos apocalípticos – Parte I: “Los dos sentidos del Adviento”

NOTA: Durante los próximos días, haremos una serie de meditaciones con el tema “Adviento en tiempos apocalípticos”. Si alguien prefiere escuchar una meditación sobre las lecturas del tercer Domingo de Adviento, puede encontrarla en el siguiente enlace: https://es.elijamission.net/2021/12/05/

“Mira: la oscuridad cubre la tierra, y espesa nube a los pueblos, pero sobre ti amanece el Señor y su gloria sobre ti aparece” (Is 60,2).

Estas palabras del Profeta Isaías tienen la misma vigencia hoy que en el momento en que las pronunció. La oscuridad aún no se ha disipado y la espesa nube sigue cubriendo a los pueblos… Sin embargo, la luz radiante que “ilumina a todo hombre” (Jn 1,9) ha amanecido sobre el mundo en la Venida del Hijo de Dios, y permanece entre nosotros. Cuando los hombres acogen su luz, las tinieblas retroceden. También en este año el Adviento nos comunica la Buena Nueva de que la luz radiante ha amanecido sobre la humanidad. Nuestro Padre Celestial ha enviado a su Hijo a este mundo tan oscuro para redimir a los hombres. Por eso, la Fiesta del Nacimiento de Cristo que se aproxima es motivo de gran alegría, aun si se ciernen grandes sombras sobre este mundo.

Aquellos que tuvieron la gracia de conocer a Jesús y le siguen, están llamados a celebrar el Adviento y la Navidad con todo el amor y la alegría, sin dejarse abrumar por cuánto el mundo se ha alejado de Dios. Con el salmista exclamamos: “Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo” (Sal 26,3).

Esta tranquilidad viene de la certeza de fe de que, al fin y al cabo, Dios guiará todas las cosas conforme a su plan, aunque los poderes de las tinieblas siembren confusión entre los hombres. Los hombres no están simplemente expuestos, a merced de las tinieblas y las fuerzas hostiles a Dios, por muy poderosas que éstas se muestren; sino que el Señor las derrotó en la Cruz. “El Hijo de Dios vino para destruir las obras del diablo” (1Jn 3,8) y para liberar a los hombres de la esclavitud del pecado.

Todo esto lo tenemos presente mientras nos preparamos para la Fiesta de la Navidad en el Tiempo de Adviento. Nuestro Padre Celestial encomendó a la Virgen María y a San José a su Hijo Unigénito; a Aquel que asumió nuestra naturaleza humana para conducirnos a la gloria celestial.

Por muy oscuros que sean los tiempos, jamás deben enmudecer nuestros cantos que alaban al Niño de Belén y nos invitan a entregarle enteramente nuestro corazón.

Sin embargo, el Adviento no es solamente la preparación para la tan tierna Fiesta del Nacimiento del Hijo de Dios; sino que además nos recuerda que este Jesús, nacido en Belén y crucificado y resucitado en Jerusalén, volverá al Final de los Tiempos para juzgar a vivos y muertos. Así lo atestiguan las Escrituras y el Credo de nuestra Iglesia.

Esta conciencia es sumamente importante. En un sinnúmero de pasajes evangélicos, Jesús mismo insiste en que debemos estar vigilantes y esperar su Retorno. En el tiempo que precede a su Parusía, Dios nos ha encomendado una gran misión: la victoria del Señor en la Cruz ha de concretarse en todo el orbe de la tierra. Los fieles están llamados a llevar el mensaje salvífico del Evangelio al mundo entero. Todos han de enterarse de que Jesucristo, el Salvador, ¡está aquí! El Hijo de Dios trae la salvación a todos los hombres. Él es el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino a través de Él (Jn 14,6).

El día y la hora de la Segunda Venida de Jesús sólo las conoce el Padre en el cielo (Mt 24,36). Pero nosotros, los hombres, estamos llamados a vivir cada instante como si Él retornaría en esa misma hora. ¡Que el Señor, al volver, nos encuentre en vela!

Así, las dos mencionadas dimensiones del Adviento nos ayudan a llevar nuestra vida enfocada en Dios y a cumplir la tarea que se nos ha encomendado como obreros en su viña. Con la mirada puesta en el Nacimiento de Jesús y en su Segunda Venida, obtenemos de Dios la fuerza necesaria para permanecer firmes en la fe, sin desfallecer, en estos tiempos apocalípticos. La creciente oscuridad debería incluso convertírsenos en un desafío para aferrarnos aún más al Señor y enrolarnos en el ejército del Cordero, de Aquel que “salió en plan victorioso, para seguir venciendo” (Ap 6,2).

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