ADÁN, ¿DÓNDE ESTÁS?

La angustiada búsqueda del Padre Celestial por nosotros continúa desde que el hombre perdió la unión con Dios de la que gozaba en el Paraíso. Cada vez que el hombre se descarrila, cada vez que se aparta del “manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas agrietadas” (Jer 2,13), escuchamos en el fondo el llamado del Padre:

“Adán, ¿dónde estás?” (Gen 3,9b).

¿Es que has olvidado la mano que te creó? ¿A mí, que te tejí en el seno materno (Sal 138,13)? ¿Por qué me buscas donde nunca podrás encontrarme? ¿Por qué escuchas a los ídolos, que sólo forjan desgracias?

“Adán, ¿dónde estás?”

Yo estoy tan cerca de tu corazón y te he estado esperando desde hace tanto tiempo. Día tras día te hablo. Día tras día busco tu cercanía. ¡Pero tú no me escuchas! Tu corazón deambula en busca de alegrías pasajeras, y así cargas sobre ti tantas cosas que tendrán que ser quemadas como paja.

“Adán, ¿dónde estás?”

En realidad, todo es tan sencillo; pero tú buscas el camino complicado. Tú mismo te lo pones difícil y cargas sobre tus hombros el yugo pesado. Yo, en cambio, te ofrezco mi yugo suave y ligero (Mt 11,30). ¡Simplemente confía en mí! ¡Yo soy tu Padre!

“Adán, ¿dónde estás?”

¿Sabes por qué te busco? Sólo hay una razón: te busco porque te amo. Si me lo crees, entonces te habré encontrado…