La meditación de hoy se relaciona directamente con la de ayer, y sólo podrá entendérsela en el contexto de lo ya dicho.
No pretendo hacer una valoración general del Documento sobre la Fraternidad humana, firmada el 4 de febrero conjuntamente por el Papa Francisco y Gran Imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb. Esto sería un asunto aparte, en el que habría que considerar muchos aspectos. Nosotros vamos a enfocarnos en esa frase específica que da lugar a malentendidos, y que toca un asunto de gran importancia, porque se relaciona con la misión de la Iglesia, sin cuyo cumplimiento Ella perdería su dimensión esencial.
Escuchemos una vez más la frase en cuestión, que debe ser clarificada:
“El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos.”
En todo caso, esta dudosa frase da motivo para una vez más dejar en claro cómo debe manejarse el diálogo con otras religiones, de manera que no hayan mezcolanzas ni surja confusión, y la misión de la Iglesia Católica, que hace parte de su esencia, no sufra restricción. Esto es sumamente importante, porque el espíritu del relativismo, que se difunde por doquier, es un gran peligro que quiere hacernos dudar o cuestionar sobre las firmes convicciones que nos vienen de la fe y son obradas por el Espíritu Santo.
También conviene cuidarse de cualquier euforia en relación al diálogo con las otras religiones, porque, en esta actitud, ya no se sabría discernir con claridad, y quizá uno se movería más por el deseo humano de acercarnos y comprendernos mejor, o el anhelo de paz, que por la concreta guía del Espíritu Santo.
Algo similar aplica también para el ecumenismo. Hay un acercamiento que es fecundo, cuando no se renuncia a ninguna verdad ni praxis de la fe; pero, al mismo tiempo, se puede superar barreras que impiden una comprensión mutua. Sin embargo, existen también otros intentos de ecumenismo, en los que se deja en segundo plano o incluso se renuncia a la cuestión de la verdad, sólo por el propósito de llegar a una unidad, que no tendría su origen en Dios.
Para hacer aquí un apropiado discernimiento de espíritus, lo cual es necesario, no podemos encontrar mejores referencias que las palabras de la Sagrada Escritura, la Tradición y la doctrina de la Iglesia. También el Papa emérito Benedicto XVI, con justa razón considerado un gran teólogo, será un excelente consejero en este asunto. En sus escritos, nos ha dejado un verdadero legado. Allí encontramos claras referencias sobre el rumbo que ha de tomar la Iglesia en estas cuestiones importantes. Por supuesto que sus escritos son un tanto exigentes a nivel intelectual. Por eso, conviene releerlos, cuando sea necesario, y poner mucha atención.
A continuación, citaré algunos pasajes de la Declaración Dominus Iesus, que escribió siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. A quien le arda en el corazón este tema, se le recomienda encarecidamente leer el documento completo, y estudiarlo con calma. ¡Son sólo unas 20 páginas! Este escrito realmente esclarece el pensamiento… Pero, ante todo, nos indica hasta dónde puede llegar la Iglesia en el diálogo con las otras religiones.
Así escribe el entonces Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (Declaración Dominus Iesus, n. 21):
“De las relaciones singulares y únicas que la Iglesia tiene con el Reino de Dios entre los hombres —que substancialmente es el Reino de Cristo, salvador universal—, queda claro que sería contrario a la fe católica considerar la Iglesia como un camino de salvación al lado de aquellos constituidos por las otras religiones. Éstas serían complementarias a la Iglesia, o incluso substancialmente equivalentes a ella, aunque en convergencia con ella en pos del Reino escatológico de Dios.
Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad que proceden de Dios y que forman parte de todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones. De hecho algunas oraciones y ritos pueden asumir un papel de preparación evangélica, en cuanto son ocasiones o pedagogías en las cuales los corazones de los hombres son estimulados a abrirse a la acción de Dios. A ellas, sin embargo no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ‘ex opere operato’, que es propia de los sacramentos cristianos. Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10,20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación.”
Para la cuestión que estamos tratando, quedémonos con lo siguiente de lo que hemos escuchado en esta cita: Las otras religiones no son caminos de salvación al lado de la Iglesia. En ellas hay errores. En cuanto al Islam, tiene una visión errada de la persona de Jesús y de la Santísima Trinidad, por lo que tampoco conoce el misterio de la Redención, entre otras cosas. Por eso también a los musulmanes hay que anunciarles, de forma apropiada, el Evangelio. Entonces, la frase que estamos analizando, que afirma que la pluralidad de religiones corresponde a la Voluntad de Dios, requiere una aclaración, que sintonice con el camino precedente de la Iglesia. Si no se hiciese esta aclaración, el Documento sobre la Fraternidad humana yerra en este punto.
Sigamos escuchando al Cardenal Ratzinger en la declaración Dominus Iesus (n. 22):
“La misión ‘ad gentes’, también en el diálogo interreligioso, conserva íntegra, hoy como siempre, su fuerza y su necesidad. En efecto, ‘Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad’ (1 Tm 2,4). Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia, a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe ser misionera. Por ello el diálogo, no obstante forme parte de la misión evangelizadora, constituye sólo una de las acciones de la Iglesia en su misión ad gentes. La paridad, que es presupuesto del diálogo, se refiere a la igualdad de la dignidad personal de las partes, no a los contenidos doctrinales, ni mucho menos a Jesucristo —que es el mismo Dios hecho hombre— comparado con los fundadores de las otras religiones. De hecho, la Iglesia, guiada por la caridad y el respeto de la libertad, debe empeñarse primariamente en anunciar a todos los hombres la verdad definitivamente revelada por el Señor, y a proclamar la necesidad de la conversión a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia a través del bautismo y los otros sacramentos, para participar plenamente de la comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por otra parte, la certeza de la voluntad salvífica universal de Dios no disminuye sino aumenta el deber y la urgencia del anuncio de la salvación y la conversión al Señor Jesucristo.”
¡Nosotros, como cristianos, jamás podemos renunciar al anuncio de la fe! Podemos pedirle al Espíritu Santo que nos muestre los medios más apropiados para este anuncio, pero el fundamento es siempre el mismo. El Señor ha permitido que existan diferentes religiones y, como dice San Pablo en el Aerópago, “Dios ha permitido los tiempos de la ignorancia y anuncia ahora a los hombres que todos en todas partes deben convertirse” (Hch 17,30). Él quiere una Iglesia que reúna a todos los pueblos. Por eso, no puede aparecer una frase tan confusa en un documento que corre bajo responsabilidad de la Iglesia. Y si ya se lo ha publicado, se requiere de una explicación sobre lo que se quiere decir.
Pero si realmente sucediese que la Iglesia renuncie a ser depositaria de la verdad revelada y se pondría a un mismo nivel con la pluralidad de religiones, con el fin de promover la paz, entonces se trata de un camino que no corresponde al testimonio de la Escritura ni a la doctrina de la Iglesia, y habrá que advertir de él.
La paz y la cooperación para alcanzarla son un gran bien. Pero no se puede sacrificar, por su causa, la misión de la Iglesia y la verdad. Más bien, este aspecto debe seguir siendo sólo un componente de su misión, que no admite mezcolanzas. ¡Se necesita claridad en estas cuestiones!