“A LA LUZ DE TU ROSTRO”

“Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, ¡oh Señor!, a la luz de tu rostro. El Santo de Israel es nuestro rey” (Sal 88,16.19).

Quien aclama al Señor y lo reconoce como Rey, penetra en la realidad establecida y revelada por Dios, porque, efectivamente, el Señor es un rey. Más aún: Él es el verdadero Rey, en quien todo tiene su origen.
“Pilato le dijo: ‘¿Luego tú eres Rey?’. Jesús contestó: ‘Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad escucha mi voz’” (Jn 18,37).

En la Iglesia celebramos la Solemnidad de Cristo Rey, que expresa precisamente esta realidad. La Sagrada Escritura nos asegura: “¡Yahveh reinará por siempre jamás!” (Ex 15,18).

La luz de Dios amanece sobre nosotros y sabemos bien a quién pertenecemos y a quién servimos. Si Dios es nuestro Rey, entonces vivimos en la jerarquía correcta, en la que todas las demás relaciones de poder se colocan en el sitio que les corresponde. A partir del conocimiento del Rey del cielo, sabremos examinar si las estructuras de poder humanas sirven legítimamente al hombre o lo explotan; sabremos distinguir un buen gobierno de uno malo.

Nuestro Rey da testimonio de la verdad, y su dominio y su séquito están cimentados en esta verdad. Este verdadero Rey sirve a los hombres hasta dar la vida por ellos.

Dichoso el que lo entiende y se pone a su servicio. Caminará a la luz de su rostro y Dios lo reconocerá. Los que caminan a tu luz, se regocijan en tu nombre cada día y “tu justicia es su orgullo” (Sal 88,17).