“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Detengámonos hoy en la última parte de esta frase del Mensaje del Padre: “A Él solo le pertenezco.”
El Padre nos ha dado esta certeza, y nosotros hemos de repetirla una y otra vez:“Él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño” (Sal 99,3).
¿Quién podría proteger y cuidar su propiedad mejor que el que la creó? Así dice el Señor, tu Creador: “Te he llamado por tu nombre. Tú eres mío (Is 43,1). Te he escondido a la sombra de mi mano” (51,16).
Con esta certeza, podemos afrontar la vida con sus diversas amenazas. Sea quien sea que quiera ponernos un dedo encima, sea quien sea que quiera disponer ilegítimamente de nosotros, sea quien sea que crea tener derecho sobre nosotros, sea quien sea que pretenda manipular nuestra alma, tendrá que vérselas con nuestro Padre. Él reestablecerá la justicia y sabrá defender la libertad que Él mismo nos ha dado: “Si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres” (Jn 8,36).
“A Él solo le pertenezco.”
Estas palabras nos muestran que nuestro corazón no puede pertenecerle a nada ni a nadie de la misma forma que a Dios. De lo contrario, éstos se convertirían en ídolos, que habría que rechazar. Esta realidad se refleja en el matrimonio, donde la entrega y el amor conyugal han de pertenecerle exclusivamente al cónyuge y a nadie más.
“A Él solo le pertenezco.”
Es reconfortante saber que es nuestro amado Padre quien rige sobre nuestra vida. Sabemos con cuánto amor y bondad Él contempla su propiedad. Así, podemos dejar de buscarnos otras seguridades, que incluso pueden entrar en concurrencia con Él y, a fin de cuentas, hacernos dependientes.
¡Pertenecerle sólo a Él es nuestra libertad!