Amada Virgen: ¡Cuántas manifestaciones del amor resplandecen en ti!
En relación con el Padre, te vemos como una amorosa hija; para el Hijo eres madre y discípula; al Espíritu Santo te une un amor esponsal.
Si ya aquí, en nuestra realidad terrenal, nos conmueve el tierno amor de una esposa humana, y podemos observar cómo ella florece y le dirige todo su corazón y su atención a su esposo, ¡cuánto más sucede así contigo, siendo así que tu Esposo es el Espíritu Santo mismo!
Esposa del Espíritu Santo… ¡Cuánto misterio envuelve a este título!
Tú, una Esposa cuyo amor ha despertado plenamente a Aquel que te cubrió con su sombra y de quien concebiste al Hijo de Dios (cf. Lc 1,35). Tu Esposo divino nunca más se apartó de tu lado; sino que te convirtió en “Sede de la Sabiduría”.
Con todos Sus preciosos regalos te adornó: brillan en ti las joyas de las virtudes y los dones del Espíritu Santo resplandecen como el sol.
Tú, amadísima Madre, te convertiste en un jardín fecundo y exclamas: “¡Que entre mi amada en su huerto y coma sus frutos exquisitos!” (Ct 4,16)
El amor esponsal quiere saber todo sobre su amado y recibir todo aquello que él le ofrece… Espera con la humildad de una criatura y, al mismo tiempo, con la impaciencia del amor, porque “el amor es fuerte como la muerte (…). No pueden los torrentes apagar el amor, ni los ríos anegarlo.” (Ct 8,6-7)
¿Cuándo vendrá él, el Amado; dónde está; cómo le va; qué querrá decirme; cómo podré agradarle? “Mi amado es mío y yo de mi amado.” (Ct 6,3)
Y entonces la novia enciende su lámpara y presta atención a cada sonido para ver si su amado está ya cerca.
Dime, amadísima Madre: ¿Cómo vives este amor a tu Esposo divino y cómo puedo yo vivirlo?
Tal vez me responderías: “Tienes que dejar que te despierte y te inflame con Su amor, para que Él pueda penetrar en tu corazón y tomar posesión de él. Estate atento a Él, búscalo desde la madrugada, porque Él está ahí y te espera. Recuerda siempre que también Él te busca a ti. ¡Déjate hallar por Él! Cultiva este amor día a día, en un diálogo íntimo, pues Él estará siempre junto a ti y te mostrará Su amor. Entonces, Él será tu hogar. Así me sucedió a mí…”
Y, amadísima Virgen, ¿cómo es tu relación de amor con Él ahora, estando en la eternidad?
“Aquí –probablemente responderías– todo ha llegado a su plenitud. El amor del Espíritu Santo por mí y el mío por Él es perfecto. Es una dicha inimaginable, que también os aguarda a todos vosotros si permanecéis fieles al Señor.
“Mi Esposo celestial quiere que también vosotros viváis como almas desposadas, para poder adornaros consigo mismo y con sus dones. Así como me ama a mí, os ama también a vosotros; así como a mí me hizo resplandecer en aquella belleza que tanto os cautiva, quiere daros también a vosotros la verdadera belleza. Él quiere que la novia se embellezca, quiere que la Iglesia espere el Retorno de su Señor como Esposa sin mancha.
“Crees que nunca lo lograrás, ¿verdad? ¡Oh, no! Por ti mismo no lo lograrías, ¡pero el Espíritu Santo lo hará! Él, con celoso amor, se ocupará de que tu alma recobre su belleza y así también tú florezcas en el esplendor de la gracia. ¡Sólo tienes que adherirte a Él en el amor! También para tu relación con Él cuentan estas palabras: ‘No despertéis ni desveléis a mi amor hasta que quiera.’ (Ct 3,5)
“Nunca podré hablar lo suficientemente bien de Él. Así como alabo las obras de mi Padre y llevo a mi Hijo en mi corazón, así amo también al Espíritu Santo, mi Esposo divino. Si le sigues, escucharás cómo te dirige también a ti estas palabras: ‘¡Qué bella eres, amor mío, qué bella eres! Me has robado el corazón, hermana y novia mía, me has robado el corazón con una sola mirada. ¡Qué hermosos son tus amores, hermana y novia mía! ¡Son mejores que el vino! ¡La fragancia de tus perfumes supera a todos los aromas!’ (Ct 4,1a.9-10)”
¡Gracias, amadísima Virgen, por introducirme en el misterio de tu amor esponsal!