En nuestras representaciones, el pesebre de Belén no sólo brilla con el resplandor del Niño Jesús, con la presencia de María y José, con los pastores que se apresuran a llegar, con los Reyes magos que vienen desde el Oriente para ofrecerle sus dones y para adorarlo… Desde hace mucho tiempo, se ha hecho tradición incluir en el pesebre a la Creación no racional. El buey y el asno son silenciosos testigos de la Natividad del Señor. Y la presencia de estos animales se hace significativa
Podemos leer en la Carta a los Romanos:
“En efecto, la espera ansiosa de la creación anhela la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación se ve sujeta a la vanidad, no por su voluntad, sino por quien la sometió, con la esperanza de que también la misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime y sufre con dolores de parto hasta el momento presente.” (Rom 8,19-22)
¡También los animales pueden acompañar al Recién Nacido! Y cuando se manifiesten los hijos de Dios, se acabarán los sufrimientos de las creaturas no racionales. En la Natividad, cuando el Salvador viene al mundo para elevarnos a ser hijos de Dios, a través de la gracia de la Redención, también la Creación no racional recupera el sitio que le corresponde, y queda liberada de su esclavitud. También los seres irracionales alaban la grandeza del Señor, a través de su ser, y se convierten así en un puente para reconocer las obras de Dios.
Dijo Dios: “Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste.” Y creó Dios los grandes monstruos marinos y todo animal viviente, los que serpean, de los que bullen las aguas por sus especies, y todas las aves aladas por sus especies; y vio Dios que estaba bien; y bendíjolos Dios diciendo: “sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas en los mares, y las aves crezcan en la tierra.” Y atardeció y amaneció: día quinto. Dijo Dios: “Produzca la tierra animales vivientes de cada especie: bestias, sierpes y alimañas terrestres de cada especie.” Y así fue. Hizo Dios las alimañas terrestres de cada especie, y las bestias de cada especie, y toda sierpe del suelo de cada especie: y vio Dios que estaba bien. (Gen 1,20-25)
La Creación, que ha sido hecha por Dios pero ha sufrido también las consecuencias de la caída en el pecado, espera que los hombres redimidos la traten con la sabiduría de Dios. Y aquí podemos entender el sentido más profundo de una ecología con bases cristianas. No se trata simplemente de evitar que el hombre destruya su propio entorno sin pensar en las consecuencias; sino de que se haga visible la bondad originaria de la Creación de Dios. El cántico de las creaturas, que nos dejó San Francisco de Asís, nos da una idea de esa bondad originaria de la Creación. Y San Pablo habla de una nueva Creación:
“Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo.” (2Cor 5,17)
Esta nueva Creación no solo se refiere al hombre mismo, sino que también integra a todas las creaturas que Dios ha puesto bajo el dominio del hombre.
Y dijo Dios: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra”. (Gen 1,26)
Entonces, la presencia del buey y el asno en el pesebre nos deja un mensaje. El Redentor ha venido al mundo, y en Él toda la Creación vuelve a nacer. Todo debe ser tocado por Él y a través de Él, para que cada creatura proclame la alabanza de Dios según la manera que le es propia.