La predicación del Evangelio, teniendo particularmente presente la conversión (o iluminación) de los judíos, es una contribución fundamental para preparar con amor la Segunda Venida del Señor. Esto exige poner todo de nuestra parte, pues una evangelización fecunda implica vivir coherentemente con el mensaje que anunciamos. ¿A quién le gustaría encontrarse un día ante el Señor y que Él le dijera que, si bien transmitió palabras acertadas, estas carecían de fuerza interior debido a la gran discrepancia entre la palabra y el testimonio de vida?
En las primeras meditaciones de esta semana, hablamos de que nuestras lámparas deberían estar encendidas como las de las vírgenes prudentes (cf. Mt 25,1-13), lo cual se consigue mediante las buenas obras y poniendo nuestros talentos al servicio del Reino de Dios (cf. Mt 25,14-30).
En la meditación del domingo pasado, mencioné las serias señales que anuncian la proximidad del Retorno del Señor. Una de ellas es la decadencia de la fe, la gran apostasía.
