«Vive en intimidad conmigo, ámame y escúchame, y entonces todo saldrá bien» (Palabra interior).
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La escuela de la humildad
Lc 17,7-10
En aquel tiempo, dijo el Señor: “¿Quién de vosotros, si tiene un siervo arando o pastoreando, le dice cuando regresa del campo: ‘Pasa en seguida y ponte a la mesa’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame algo para cenar y cíñete para servirme; y, después que yo haya comido y bebido, entonces comerás y beberás tú’? ¿Acaso tiene que dar las gracias al siervo porque hizo lo que le mandaron? De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: ‘No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’.”
San Andrés Avelino: Un sacerdocio a medias no basta
Un joven de buena apariencia no suele tenerlo fácil para escapar de las damas que se han fijado en él. Así le sucedió a Lanceloto Avelino, nacido en 1521 en Castronuovo (Italia), hijo mayor de Giovanni Avelino y Margherita Apelli. En más de una ocasión le sucedió como a José en casa del egipcio Potifar, pero el recuerdo de su querida madre, una mujer de extraordinaria virtud, le preservó de caer en la tentación. No obstante, el interés de las mujeres le persiguió en muchas etapas de su vida y siempre tuvo que velar celosamente por su castidad.
Lanceloto —ese era su nombre de pila— aspiraba al sacerdocio. Cuando era subdiácono, se encargó de la catequesis de los niños, guiándolos hacia una vida piadosa. Pero las insinuaciones del sexo femenino no cesaban, por lo que tuvo que huir a Nápoles. Incluso allí tuvo que cambiar de residencia en varias ocasiones para librarse de las aventuras amorosas de las damas de la alta sociedad. Dominaba su propia concupiscencia mediante un trabajo intenso y un ritmo de vida muy ordenado. Además de teología, Lanceloto estudiaba jurisprudencia. Así, obtuvo muy pronto y con honores el título de doctor en Derecho.
“¡MIRA HACIA ADELANTE!”
«¡Mira hacia adelante y prepárate!» (Palabra interior).
Hoy ha llegado la salvación a esta casa
Lc 19,1-10
En aquel tiempo, entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús para conocerle, pero no podía a causa de la muchedumbre, porque era pequeño de estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al lugar, levantando la vista, le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque conviene que hoy me quede en tu casa.” Bajó rápido y lo recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a hospedarse en casa de un pecador. Pero Zaqueo, de pie, le dijo al Señor: “Señor, doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si he defraudado en algo a alguien le devuelvo cuatro veces más.” Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahán; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.”
“SEGUIR LAS MOCIONES DEL AMOR”
«Si tu corazón me pertenece notarás hasta la más mínima desviación. ¡Y eso es bueno!» (Palabra interior).
“LA VERDADERA IGLESIA”
«También vosotros, que no conocéis otra religión que aquella en la que nacisteis y que no es la religión verdadera, abrid los ojos: ¡Aquí está vuestro Padre!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
San Godofredo de Amiens: Frutos visibles como abad; frutos amargos como obispo”
Para un obispo de la Santa Iglesia es un gran regalo poder ver el fruto de su labor, alabar a Dios por ello y partir hacia la eternidad con el corazón lleno de gratitud. Sin embargo, no todos tienen esa dicha y el aparente fracaso puede suponer una gran prueba.
El santo de hoy, Godofredo, procedía de una familia noble de la región de Soissons (Francia). Tras enviudar, su padre decidió pasar el resto de su vida en un monasterio. Godofredo tenía apenas cinco años cuando fue confiado al cuidado del abad de Mont-Saint-Quentin, quien también lo había bautizado.
Desde muy joven, Godofredo intentó ordenar su vida siguiendo el ejemplo de los religiosos. Era ferviente en la oración, diligente en el estudio y dispuesto a realizar cualquier trabajo que se le encomendara. Además, tenía un corazón generoso para con los pobres y solía renunciar a una parte de su ración para dársela a ellos.
POR QUÉ NOSOTROS NO
«Si estos y aquellos lo lograron, ¿por qué yo no?» (San Agustín).
Hace unos días me encontré esta frase de san Agustín como introducción a la Solemnidad de Todos los Santos en un antiguo Misal.
Animar y corregir
Rom 15,14-21
Hermanos míos, estoy convencido de que también vosotros estáis llenos de buenas disposiciones, henchidos de todo conocimiento y capacitados también para amonestaros unos a otros. Sin embargo, en algunos pasajes de esta carta os he escrito con cierto atrevimiento, para reavivar vuestra memoria. Pero lo he hecho en virtud de la misión que Dios me ha confiado: ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús, ejerciendo el sagrado oficio del Evangelio de Dios, para hacer de los gentiles una ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo. Tengo motivos, pues, para sentirme orgulloso ante Dios en nombre de Cristo Jesús. Pues no me atreveré a hablar de cosa alguna que Cristo no haya realizado por medio de mí para conseguir que los gentiles reconozcan a Dios. Y lo ha realizado de palabra y de obra, con el concurso de señales y prodigios y de la fuerza del Espíritu de Dios. De tal forma que, desde Jerusalén y por todas partes hasta la Iliria, he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo; teniendo cuidado, sin embargo, de predicar el Evangelio donde aún no era conocido el nombre de Cristo, para no construir sobre los cimientos puestos por otro, sino conforme está escrito: ‘Los que no han recibido anuncio de él lo verán; y los que no oyeron lo comprenderán’.
