La virtud de la fortaleza (Parte II)  

La fortaleza –que es considerada como una de las cuatro virtudes cardinales­– hace parte del equipamiento básico de un soldado. Si éste no se vuelve valiente, no se podrá contar con él en las batallas más duras, pues el miedo se apoderaría de él, de tal manera que la situación se pondría peligrosa para todos sus compañeros.

Es fácil hacer esta constatación cuando pensamos en una guerra física. Pero la guerra física es un reflejo del combate espiritual en el que nos encontramos. En el capítulo 6 de la carta a los Efesios, San Pablo nos hace entender que nuestra lucha se dirige contra “los principados, las potestades, los dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el aire” (v. 12).

La guerra en la que nos encontramos debe librarse a muchos niveles, y el Señor no nos exonera de hacer la parte que nos corresponde. Cada uno a su manera y según las circunstancias en que se encuentra, necesita la virtud de la fortaleza y debe aprender a vencer toda cobardía y a refrenar su temerosidad, para que no le impida hacer aquello que el Señor quiere de él.

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