¿Podría uno imaginar una hija del Padre Celestial más encantadora que tú, amada Virgen María?
Una hija que embelesa tanto a su Padre que Él le confía lo más precioso: su amado Hijo.
No, no puede haber alguien que se te iguale.
Tú eres aquella a la que el Señor ha elegido. Sólo Dios, el Santo, conoce toda tu belleza, con la que Él mismo te adornó; y sabe con cuánta alegría y ternura colmaste Su Corazón, viéndote en el esplendor de Su gracia.