«Ven, elegida mía, y pondré mi trono en tu corazón» (Antífona del común de vírgenes).
Una y otra vez, el amor es el gran tema. No es de sorprenderse, ya que fue por amor que nuestro Padre lo creó, lo redimió y lo santifica todo. El amor es lo más grande, que otorga un sentido profundo a todo cuanto existe. Sin amor, todo sería «como bronce que resuena» (1 Co 13, 1). Por tanto, si nuestro Padre celestial nos llamó a la existencia movido por el amor, entonces este amor es lo más importante en nuestra vida. Si por un amor humano estamos dispuestos a organizar todo en función de él y a comprometernos de por vida, cuánto más hemos de estarlo cuando descubrimos el amor divino. Por su causa, podemos dejarlo todo atrás para entregarnos a él sin reservas.