Proclamar el evangelio desde las azoteas

Mt 10, 24-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “Un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han llamado Belzebú, ¡cuánto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre.

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“CRISTO VIVE EN MÍ”  

«Traed todo ante mí para que tome posesión de ello y me proclame a través vuestro» (Palabra interior).

En el seguimiento del Señor, todo en nosotros debe transformarse. Hemos de convertirnos en «hombres nuevos», en «personas espirituales», como nos enseña el Apóstol de los Gentiles (cf. 1 Cor 3, 1). Esto significa que el Espíritu Santo toma cada vez más las riendas y nosotros seguimos dócilmente sus instrucciones, de manera que nuestros pensamientos y acciones se transforman bajo su influjo. Entonces, ya no son principalmente los impulsos naturales los que determinan nuestra vida, sino que, con la gracia de nuestro Padre Celestial, aprendemos a comprender la perspectiva de Dios y a regirnos por ella.

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