«Hijo, dame tu corazón, y tus ojos guarden mis caminos» (Antífona de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8), nos dice el Señor en el Sermón de la Montaña. Esta promesa se corresponde con la antífona que hemos escuchado hoy. Cuando entregamos nuestro corazón a nuestro Padre Celestial, se abren los ojos de nuestra alma y empezamos a ver todo lo que nos rodea —incluso a Dios mismo— bajo su luz. «Porque en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz» (Sal 35, 10).