DIOS NOS ESPERA EN NUESTRO CORAZÓN

“Dios está siempre en nosotros; somos nosotros quienes rara vez estamos en casa” (Maestro Eckhart).

¡Con qué insistencia los místicos nos exhortan a buscar la vida interior, es decir, la vida de Dios en nuestra propia alma! Es allí donde la Santísima Trinidad ha establecido su morada. Nuestro Padre está siempre presto a entablar el diálogo más íntimo con nosotros. Pero, como dice el Maestro Eckhart, rara vez estamos en casa, es decir, nuestros pensamientos y aspiraciones a menudo están centrados en lo exterior y, por tanto, nos dejamos llevar fácilmente por la inquietud de este mundo.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 3,1-11): “La curación de un paralítico en el Templo”      

Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona. Había un hombre, cojo de nacimiento, al que solían llevar y colocar todos los días a la puerta del Templo llamada Hermosa para pedir limosna a los que entraban en el Templo. En cuanto vio que Pedro y Juan iban a entrar en el Templo, les pidió que le dieran una limosna. Pedro -junto con Juan- fijó en él la mirada y le dijo: “Míranos”. Él les observaba, esperando recibir algo de ellos. Entonces Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: ¡en el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda!” Y tomándole de la mano derecha lo levantó, y al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos. De un brinco se puso en pie y comenzó a andar, y entró con ellos en el Templo andando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios, y reconocían que era el mismo que se sentaba a la puerta Hermosa del Templo para pedir limosna.

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UN AMOR INCOMPARABLE

“¿Quién nos ama más que el Padre Celestial? ¡Nadie!” (Palabra interior).

Nosotros, los hombres, dependemos fundamentalmente del amor. Fue él quien nos llamó a la existencia, es nuestra vida y nos perfecciona. Por eso siempre estamos en busca del amor. Una vida sin amor es difícil, casi insoportable y acaba marchitándose.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 2,37-47): “Numerosas conversiones en Jerusalén”      

Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” Pedro les dijo: “Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros, para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para todos los que quiera llamar el Señor Dios nuestro”. Con otras muchas palabras dio testimonio y les exhortaba diciendo: “Salvaos de esta generación perversa”. Ellos aceptaron su palabra y fueron bautizados; y aquel día se les unieron unas tres mil almas. Perseveraban asiduamente en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. El temor sobrecogía a todos, y por medio de los apóstoles se realizaban muchos prodigios y señales. 

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