HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 16,6-15): “Segundo viaje misionero de Pablo”    

Atravesaron Frigia y la región de Galacia, porque el Espíritu Santo les había impedido predicar la palabra en Asia. Llegados cerca de Misia, intentaron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces atravesaron Misia y bajaron hasta Tróade. Esa noche Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: “Ven a Macedonia y ayúdanos”. En cuanto tuvo la visión, intentamos inmediatamente pasar a Macedonia, convencidos de que Dios nos había llamado para anunciarles el Evangelio. Haciéndonos a la mar, fuimos desde Tróade derechos a Samotracia; al día siguiente a Neápolis, y de allí a Filipos, que es la primera ciudad de la región de Macedonia y colonia romana. En esta ciudad permanecimos varios días. 

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“COMPÁRTEME LO QUE LLEVAS EN EL CORAZÓN”

«Tú eres mi hijo. Pregúntame con confianza y compárteme lo que llevas en el corazón» (Palabra interior).

Sin duda, nuestro Padre sabe lo que llevamos en el corazón, aunque apenas se manifieste tímidamente. También conoce todas nuestras inquietudes: “De lejos penetras mis pensamientos (…). No ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 138,2.4).

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 14,20b-28): “Regreso a Antioquía y primera controversia”      

Al día siguiente [Pablo] marchó con Bernabé a Derbe. Después de predicar el Evangelio en aquella ciudad y hacer numerosos discípulos, se volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, confortando los ánimos de los discípulos y exhortándoles a perseverar en la fe, diciéndoles que es preciso que entremos en el Reino de Dios a través de muchas tribulaciones. Tras designar presbíteros en cada iglesia, haciendo oración y ayunando, les encomendaron al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia; y después de predicar la palabra en Perge bajaron hasta Atalía. Desde allí navegaron hasta Antioquía, de donde habían salido encomendados a la gracia de Dios para la obra que habían realizado. Al llegar, reunieron a la iglesia y contaron todo lo que el Señor había hecho por mediación de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron bastante tiempo con los discípulos.

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“SANTA TRISTEZA”

«Vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20).

Conocemos estas palabras del Evangelio según San Juan, que Jesús dirigió a sus discípulos en vistas de su retorno al Padre Celestial. Antes les había dicho: «Dentro de poco ya no me veréis, y después me volveréis a ver» (Jn 16,16). Jesús, por su parte, está lleno de alegría por volver a su Padre y por haber cumplido su misión en la tierra.

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 HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 14,8-20): “Pablo en Iconio y Listra”  

En Listra se hallaba sentado un hombre inválido de los pies, cojo desde el seno materno, que jamás había caminado. Éste escuchó hablar a Pablo, el cual le miró fijamente y, viendo que tenía fe para ser salvado, dijo con fuerte voz: “¡Ponte de pie! ¡Derecho!” Él dio un salto y empezó a caminar. La muchedumbre, al ver lo que Pablo había hecho, levantó la voz diciendo en licaónico: “Los dioses han bajado hasta nosotros en forma humana”. Y llamaban a Bernabé Zeus y Hermes a Pablo, porque éste era el que llevaba la palabra. Entonces el sacerdote del templo de Zeus que estaba situado a la entrada de la ciudad, acompañado de la gente, trajo toros y guirnaldas ante las puertas y pretendía ofrecerles un sacrificio.

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 13,14-16): “Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia”

[Pablo y Bernabé] siguieron desde Perge y llegaron a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento. Después de la lectura de la Ley y los Profetas, los jefes de la sinagoga se dirigieron a ellos: “Hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, decidla”. Pablo se levantó, pidió con la mano silencio y dijo: “Varones israelitas y los temerosos de Dios, escuchad.”

La misión de los apóstoles continúa. En Antioquía de Pisidia se les pidió que dirigieran la palabra a los que se habían reunido en la sinagoga el sábado, tanto israelitas como otros hombres temerosos de Dios. Pablo aprovechó la ocasión para conducir a sus oyentes a través de la historia de Israel y de los profetas hasta la venida de Jesús, en quien se cumplieron las promesas y cuya resurrección venía a anunciarles (Hch 13,17-41). Tras el discurso de Pablo, el relato de los Hechos de los Apóstoles continúa así:

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 13,1-13): “Viaje misionero de Pablo y Bernabé”  

En la iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé y Simón, que era llamado el Negro, Lucio, el de Cirene, y Manahén, hermano de leche del tetrarca Herodes, y Saulo. Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, dijo el Espíritu Santo: “Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra que les he destinado”. Y después de ayunar, orar e imponerles las manos, los despidieron. Entonces ellos, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia, y de allí navegaron rumbo a Chipre. Al llegar a Salamina se pusieron a predicar la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, y tenían a Juan como colaborador. Atravesaron toda la isla hasta Pafos, y encontraron a un mago, falso profeta judío, que se llamaba Barjesús, que estaba con el procónsul Sergio Pablo, hombre prudente.

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EL SEÑOR NOS ESPERA

«¡Sólo tenéis que venir a mí! ¡Yo estoy tan cerca de vosotros!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Así de fácil nos lo pone nuestro Padre para llegar a Él: una sola elevación del corazón, una palabra confiada, una mirada hacia lo alto, una pregunta a Él: “¿dónde estás?”, “¿quién eres?”

Una persona le había dirigido la siguiente oración cuando aún vivía lejos de Él: «Dios, si existes, muéstrate a mí de tal manera que pueda comprenderte». Otra persona preguntó: «¿Existe la verdad?». Otra: «¿Existe el verdadero amor?»

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HECHOS DE LOS APÓSTOLES (Hch 12,1-10): “Martirio de Santiago y liberación de Pedro”      

En aquel tiempo prendió el rey Herodes a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Dio muerte por la espada a Santiago, hermano de Juan. Y al ver que esto agradaba a los judíos, decidió prender también a Pedro. Eran los días de los Ácimos. Cuando lo apresó, lo metió en la cárcel y lo entregó a cuatro escuadras de cuatro soldados para que lo custodiaran, con el propósito de hacerlo comparecer ante el pueblo después de la Pascua. Así pues, Pedro estaba encerrado en la cárcel, mientras la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios. Cuando Herodes iba ya a hacerlo comparecer, aquella misma noche dormía Pedro entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, mientras unos centinelas vigilaban la cárcel delante de la puerta. De pronto se presentó un ángel del Señor y un resplandor iluminó la celda. Tocó a Pedro en el costado, le despertó y dijo: “¡Levántate deprisa!” -y se cayeron las cadenas de sus manos.

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