Antes de seguir acompañando a San Pablo a lo largo de los capítulos que nos faltan de los Hechos de los Apóstoles y prepararnos para la cercana Solemnidad de Pentecostés, retomemos el tema que iniciamos ayer y detengámonos en las consecuencias que resultan cuando dejamos de considerar a Jesucristo como el único Salvador del mundo y ya no lo anunciamos con el celo de los apóstoles, tal como había hecho la Iglesia a lo largo de los siglos con gran fidelidad.
Si nos fijamos en la situación actual de la Iglesia con respecto a la misión que le fue confiada, tenemos que constatar que ciertos círculos, que llegan incluso hasta la más alta jerarquía, ya no se sienten comprometidos con el mandato misionero de Jesús de la misma manera que lo cumplió la Iglesia desde el principio.