HE TOMADO POSESIÓN DE TI

«En mi amor, he tomado posesión de ti. ¡Eres mío!» (Palabra interior).

Conocemos una frase similar en la Sagrada Escritura: «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío» (Is 43,1). Y San Pablo exclama: «Ni la altura, ni la profundidad, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,39).

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 VÍA CRUCIS – XII Estación: “Jesús muere en la cruz”  

 

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46).

“Todo está cumplido” (Jn 19,30).

Estas son dos de las palabras que escuchamos de boca de Jesús antes de expirar, según el testimonio de los evangelios.

“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” –exclama Jesús en representación nuestra, puesto que Él carga en la cruz todo el peso de nuestros pecados. El pecado nos separa de Dios, desfigura nuestro ser, nos desarraiga y nos conduce hacia el abismo de la nada: falta de sentido, desesperanza, dependencia del pecado y de aquel que quiere inducirnos a pecar…

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 VÍA CRUCIS – XI Estación: “Jesús es clavado en la cruz”  

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

El sufrimiento del Señor se agudiza. Ya ha recorrido el camino que lo condujo al Calvario, acompañado de burlas y escarnios, pero también de la compasión y el consuelo que experimentó en el encuentro con su Madre, con la Verónica y con las mujeres de Jerusalén.

Sin embargo, sus verdugos no sienten compasión alguna y ejecutan su encargo con crueldad. Ahora clavan a Jesús en la cruz, como a un cordero llevado al degüello (cf. Is 53,7). Indefenso, le atraviesan los clavos. El dolor aumenta cada vez más.

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VÍA CRUCIS – X Estación: “Jesús es despojado de sus vestiduras”  


 

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

A los verdugos que tenían el encargo de matar a Jesús no les bastó con crucificarlo. Quisieron humillarlo aún más al despojarlo de sus vestiduras.

Nosotros, los hombres, somos despojados de nuestra dignidad cuando pecamos.  Mientras que la gracia nos envuelve con la luz de Dios y nos transforma con la vida divina, el pecado desgarra la túnica de la gracia y nos deshonra, de manera que quedamos desnudos y desprotegidos, poniendo en peligro nuestra dignidad.

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¿POR QUÉ PREOCUPARSE SI DIOS ESTÁ AHÍ?”



 

«Comprendo que alguien sufra o se sienta afligido, pero ¿por qué preocuparse si Dios está ahí?» (Venerable Anne de Guigné).

Estas palabras salen de la boca de una santa muy joven. Fue la misma Anne de Guigné quien dijo: «Nada es difícil si se ama a Dios». Nos encontramos aquí con una santa sencillez que simplemente asimila y deja penetrar en su alma las enseñanzas del Señor. Así se convirtieron para Anne en una realidad natural.

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VÍA CRUCIS – IX Estación: “Jesús cae por tercera vez bajo la cruz”



V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)

R. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Todo tiene que consumarse. Desde esta perspectiva, también podemos comprender la triple caída de Jesús. El mundo imperfecto y pecaminoso debía ser redimido en su totalidad.

La triple caída de Jesús nos recuerda a la triple negación de su amado discípulo Pedro.

Jesús lo tiene todo en cuenta, callando, escuchando a Dios, cargando el pecado de la humanidad y volviéndose a levantar bajo el peso de la cruz. Continúa su camino hacia la glorificación del Padre. Él cumplirá su misión por nosotros, los hombres, para que no perezcamos y para convertirse Él mismo en nuestro camino, verdad y vida.

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VÍA CRUCIS – VIII Estación: “Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén”




  1. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
  2. Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).

Jesús se encuentra con las mujeres de Jerusalén. Ellas permanecieron fieles a Él. Sus corazones están dolidos, porque ven al Hijo de Dios sufriendo en el camino hacia la crucifixión, sufriendo por la humanidad. Así pues, vemos que también hubo quienes no cerraron su corazón al Señor.

Quizá aún no comprendían en toda su magnitud los acontecimientos, pero se compadecen de Jesús. Él ve su compasión y acepta su llanto. Sin embargo, les anuncia cuál es el verdadero duelo que les espera. Su muerte no será definitiva, pues resucitará pronto. Entonces su sufrimiento habrá terminado.

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LA CASA DEL PADRE



 

«Dios mío, Santísima Trinidad, sé mi morada y mi cobijo; la casa del Padre que nunca quiero abandonar» (Santa Isabel de la Santísima Trinidad).

Un alma enamorada de Dios expresa en sus cartas lo que el Padre Celestial nos ofrece una y otra vez en el Mensaje a la Madre Eugenia: la relación más íntima del alma con su Creador y Salvador. Todos los libros del mundo no pueden describir cabalmente este amor. Hay que leer más en aquel libro del que hablaba Santa Juana de Arco: escuchar atentamente al Corazón de Dios y conocer a nuestro Padre tal y como es.

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