“Una verdadera contrición es una segunda inocencia” (Juan Taulero).
Podemos entender bien esta frase si pensamos, por ejemplo, en el arrepentimiento de Pedro, que lloró amargamente tras haber reconocido que negó al Señor, por quien había declarado estar dispuesto a dar la vida (Lc 22,55-62). Lo que Jesús le había predicho habrá ardido en su corazón y, cuando cobró conciencia de su negación, este recuerdo y el dolor lo habrán llevado a una profunda conversión, porque amaba al Señor.