Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi (Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos)
Quia per Crucem tuam redemisti mundum (Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo).
¡El camino del Señor es inimaginablemente difícil! No era solo el sufrimiento físico lo que le atormentaba, sino sobre todo el peso del pecado que Él cargó a la cruz por nosotros, los hombres. Si un solo pecado nos pesa inmensamente hasta habérselo presentado al Señor y haber recibido su perdón, ¡cuánto más las incontables culpas de toda la humanidad!
“Fue herido por nuestras faltas, molido por nuestras culpas. Soportó el castigo que nos regenera, y fuimos curados con sus heridas” (Is 53,5).
Solo en la eternidad seremos capaces de ver y reconocer, llenos de gratitud, la inmensidad del sufrimiento de Jesús, y nunca nos cansaremos de alabarle.
Este es el clamor constante y suplicante que el alma afligida dirige a Dios Padre: que la libre del mal que hay en ella misma, del mal que la rodea y de todas las fuerzas destructoras del mal. Nunca debemos acostumbrarnos a la malicia, a todas las perversidades y absurdos que encontramos en la tierra y en el mundo humano. ¡Dios nunca quiso nada de esto! Nuestro Padre nunca tuvo en mente abandonar a sus criaturas al mal, sino que proyectó para ellas una vida distinta. Sin embargo, puesto que dotó a sus criaturas de la libertad que correspondía a su dignidad, éstas pudieron abusar de ella y volverse contra Dios, pervirtiendo así el sentido de su existencia.
¡Líbranos del mal, amado Padre!
Para ello enviaste a tu Hijo al mundo, que vino para destruir las obras del diablo (1Jn 3,8). Él, el sin pecado, no solo nos dio ejemplo de cómo debemos vivir, sino que nos comunicó la gracia para sustraernos a la seducción del mal. Cuando dejamos entrar su Espíritu en nuestro corazón, Él lo transforma para que sea dócil al impulso de la gracia y no se deje llevar por los múltiples engaños que se le presentan. Quiere convertirnos en pacificadores en medio de un mundo discorde.
¡Líbranos del mal, amado Padre!
Siempre podemos acudir a ti después de haber caído en las trampas del Maligno. Tu amor es más fuerte que todo lo demás. Tu amor puede limpiarnos y levantarnos. Puede impulsarnos a servir al Reino de Dios aun en medio de este «valle de lágrimas».
¡Líbranos del mal, amado Padre!
Queremos que las tinieblas sean ahuyentadas y que se expanda tu Reino de amor: no más guerras, no más injusticia, no más perversión, no más errores. Anhelamos la comunión con los santos ángeles y con todos aquellos que te pertenecen, en la medida de lo posible ya en esta vida terrenal y, luego, sin más perturbaciones, en la eternidad.